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Vuelvo sobre este tema para aclarar un punto de fondo. Algunas personas argumentan que el celibato nada tiene que ver con los abusos sexuales contra niños porque sólo una exigua minoría de sacerdotes comete estos actos y, además, muchas otras personas los perpetran. Cierto. Pero no se trata de afirmar que el celibato sea la causa de los abusos sino de analizar hasta dónde es un factor de riesgo.
Aclaremos con un ejemplo: la juventud del conductor es un factor de riesgo de accidentes automovilísticos, pero ello no significa que todos los jóvenes provoquen accidentes ni que todos los accidentes sean ocasionados por jóvenes. Hay causas necesarias (sin ellas no se produce determinado efecto) y causas suficientes (bastan por sí mismas para generar el efecto). El celibato sacerdotal no es causa necesaria ni suficiente de los abusos sexuales. Pero hay serios indicios de que es un factor de riesgo, esto es, que hace más probable que ello ocurra. En cambio, la Iglesia insiste en presentar el problema sólo como una suma de abusos individuales.
Los siguientes puntos indican que dicha actitud no es razonable:
1. Desde antiguo, la Iglesia ha mirado al sexo como menos valioso que la castidad y lo ha aceptado sólo como medio de reproducción humana (esto ha tendido a cambiar, aunque lentamente). Para la doctrina tradicional, a diferencia del alimento, que es una “necesidad” (sin comer, morimos), el sexo sería un “impulso” que puede controlarse. La psicología tiene mucho que decir sobre las posibilidades y efectos de tal control.
2. En toda sociedad hay un predominio de heterosexuales y un porcentaje no mínimo de personas de orientación homosexual. Es muy probable que este último porcentaje sea mayor entre los sacerdotes. Una razón puede hallarse en el prejuicio histórico que han enfrentado los hombres que permanecen solteros y que sólo en tiempos recientes se ha venido disipando. (Esto no quiere decir que todas las personas de orientación homosexual que han ingresado al sacerdocio lo hayan hecho para escapar de dicho prejuicio).
3. Para los varones, sean heterosexuales u homosexuales, la juventud de su potencial pareja aumenta su atractivo sexual. La Iglesia lo sabe: el Derecho Canónico no permite mujeres menores de 40 años al servicio de un párroco. Sin embargo la Iglesia, probablemente porque reprueba el sexo homosexual, actúa como si, en los hechos, todos los sacerdotes fueran de orientación heterosexual. Un indicio de ello es que sus colegios para niños son, por lo general, regentados por religiosos y sus colegios para niñas, por religiosas. La razón implícita es que, dado que se asume que no hay sacerdotes de orientación homosexual, no existiría para ellos la ocasión de tentación que supondría el tener que alternar cotidianamente con alumnas.
4. Los sacerdotes de orientación homosexual que están en contacto constante con muchachos, se hallan en una situación análoga a la de un hombre heterosexual sujeto a un régimen de castidad que estuviera todo el tiempo rodeado de muchachas. El riesgo de abusos es mayor. Por cierto, también hay riesgo de abusos de sacerdotes contra niñas, aunque, en la práctica, tienen menos ocasiones de contacto cercano con ellas.
5. Por mucho tiempo los abusos de sacerdotes se silenciaron por un impulso de defensa institucional de la Iglesia, sumado al temor de las víctimas de sufrir estigmatización. Sólo en los últimos treinta años, con la declinación del tabú contra la homosexualidad, y el aumento de la condena social sobre la pedofilia, comenzaron a salir a luz los casos de abuso. La reacción de la Iglesia ha sido tardía y reticente. Ya es tiempo de cambiar y revisar el celibato, tanto por los motivos expuestos como por razones puramente eclesiales.