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Hace ya más de 500 años el poeta Jorge Manrique escribió que “…a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Desde entonces se vienen recordando estos versos para afirmar la superioridad del ayer respecto del presente. Lo que se suele olvidar, cuando se cita al poeta castellano, es la frase “a nuestro parecer”, que sugiere que el hecho que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, es fruto de nuestra impresión, no necesariamente la realidad.
“…A nuestro parecer…”. Es curioso cómo las expectativas suelen transformarse en dolidas añoranzas, con el paso de la vida. Cuando jóvenes, muchos imaginan un porvenir de halagüeñas promesas. Una vez que el transcurso del tiempo ha tornado el brillante futuro en deslucido presente, con su carga de esperanzas fallidas, tienden a convertir las esperanzas de ayer en nostalgias de hoy. Antes, para proyectar sus doradas ilusiones, debieron aligerar sus sueños de toda carga de realismo; hoy, para soportar el desencanto, procuran idealizar el pasado recordando (y magnificando) sólo lo bueno.
Hay quienes señalan que esta sospecha de lo nuevo y glorificación del pasado ya existía en la noche de los tiempos. Recuerdo haber leído cuando adolescente que se habían descifrado unas tablillas de escritura cuneiforme de miles de años de antigüedad, en las que constaba un lamento sobre la juventud que ya no tenía respeto por los mayores y otras quejas semejantes, que bien podrían haber reflejado un estado de ánimo contemporáneo.
Todo ello no significa, por supuesto, que no haya épocas mejores y peores. Bien sabemos que la historia no avanza ininterrumpidamente sino que sigue un derrotero marcado por vueltas, recodos e incluso retrocesos. El punto es si en el largo plazo podemos o no detectar progreso.
Para responder esta pregunta hay que comenzar por aclarar qué entendemos por progreso. Alguien dijo una vez que no es progreso que los caníbales empiecen a comer con tenedor y cuchillo. Por su parte, el pintor Franz Marc explicó, a comienzos del siglo pasado, la diferencia entre tradición y progreso: “la tradición no consiste en usar el sombrero del abuelo, sino en comprarse uno nuevo, tal como en su momento hizo el abuelo”.
Estos dichos nos aclaran que los avances meramente cosméticos no constituyen progreso y que el mejor modo de honrar la tradición no es repetir sus resultados históricos sino emular el impulso de novedad que anida en los ejemplos del pasado. Pero, una vez más, ¿qué es progreso? Como suelen contestar en los exámenes los estudiantes de derecho, “depende”. Depende de nuestra idea de qué es una vida buena, cómo organizar la sociedad mejor y en qué consiste la justicia. Y ese es terreno propio de la ética y la política.
El “progresismo”, sin embargo (término muy en boga en los debates políticos) supondría una actitud de apertura frente a lo nuevo, como camino para asegurar que la sociedad se organice para garantizar a todos justicia, así como una igualdad de oportunidades que les permita desarrollar sus planes sobre lo que consideran una buena vida. El progresismo supone reconocer de partida que todo lo que ha terminado por aceptarse como un avance, alguna vez fue novedoso; y como tal, fue resistido en su momento. Aunque también significa entender que no todo lo nuevo acaba siendo un paso hacia adelante. Tal como la naturaleza, que ensaya constantemente innumerables permutaciones, sólo algunas de las cuales se sostienen como viables a lo largo del tiempo, apenas una minoría de los experimentos políticos y sociales, así como de los cambios económicos y tecnológicos acabarán asentándose como válidos.
Así mirada, la idea de progresismo no es necesariamente monopolio de un determinado sector político. Hay partidos y movimientos que comenzaron con un sentido de innovación y progreso (en la connotación amplia de esta expresión ya señalada) pero luego se estancaron en un tradicionalismo estrecho del tipo “usar el sombrero del abuelo”. Lo que sí importa es una actitud, no sólo de propiciar y examinar lo nuevo con interés (aunque también críticamente) sino también de celebrar los cambios e innovaciones en la medida en que parezcan contribuir a forjar una sociedad más justa y sustentable.