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Regreso al tema de los abusos sexuales del clero, un año después de mi último blog sobre este problema, porque han pasado muchas cosas desde entonces: nuevas relevaciones, insostenibles actitudes de negación por parte de líderes religiosos y una significativa evolución de la opinión pública. Trataré de razonar a partir del sentido común, el cual no siempre es una guía certera pero al menos nos ayuda a plantearnos preguntas relevantes.
Para empezar digamos que el peligro de enfrentar ciertas verdades no reside en reconocer los hechos mismos sino en lo que decidimos como sociedad sobre la base de tales hechos. Por ejemplo, sabemos que los varones no pueden parir ni amamantar y que las mujeres tienen, en promedio, un rendimiento atlético algo menor que los hombres. Negar esas y otras diferencias es absurdo. El punto es qué hacemos a partir de tales comprobaciones. Valerse de ellas para discriminar arbitrariamente no sólo no tiene sentido lógico sino que es moralmente condenable. De modo parecido examinar qué pueda tener que ver el celibato o la homosexualidad con los abusos sexuales que se han hecho públicos, no significa que se propicie una actitud de prejuicio en contra de éste o aquélla.
Es una realidad que en tiempos recientes la sociedad ha evolucionado hacia una mayor aceptación de la diversidad sexual. Sin embargo, quizás por un comprensible temor de que pudiera haber un retroceso en esta materia, a veces se afirman conclusiones no comprobadas. Por ejemplo, se dice que no hay relación alguna entre la pederastia y la homosexualidad. Bien puede ser así, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí creo, como una hipótesis tentativa que podría ser refutada, es que el impulso pederasta es más frecuente entre los varones que entre las mujeres porque, en general, los hombres, sean heterosexuales u homosexuales, se sienten atraídos con más fuerza hacia potenciales parejas jóvenes.
Vamos, entonces, al grano. Estos son algunos puntos sobre celibato sacerdotal y abusos sexuales contra menores que merecen mayor investigación pero respecto de los cuales el sentido común nos entrega indicios preliminares:
1. Probablemente el impulso sexual puede ser contenido o "sublimado" por muchas personas, pero lo común es que ello no se pueda lograr, o bien que se consiga a costa de serias consecuencias psicológicas o de otro tipo.
2. Tradicionalmente, la Iglesia Católica y la sociedad han escogido ignorar que en todo tiempo y lugar existe un porcentaje de la población de orientación homosexual. Este tabú homofóbico ha estimulado a muchas personas homosexuales a ingresar al sacerdocio, sea con el afán de evitar una hostilidad social o bien como un intento de vivir una vida de castidad. En los hechos, por tanto, ha habido un porcentaje mayor de personas de orientación homosexual en la iglesia que en la población en general (algo parecido ha sucedido en ciertas ocupaciones que dan la posibilidad de vivir una vida protegida del escrutinio social del propio país o ciudad).
3. En las reglas de la Iglesia, la educación y atención espiritual de los niños está a cargo, principalmente, de religiosos; y de la de las niñas, en manos de religiosas.
4. Todos los hechos anteriores, que incluso reconoce, en una reciente entrevista, un senador de la Alianza, generan una seria situación sistémica, no sólo individual, porque se coloca a un porcentaje de personas de vida religiosa y orientación homosexual en constante contacto con gente joven del sexo que les resulta atractivo. Por supuesto, también se dan abusos de parte de sacerdotes heterosexuales hacia muchachas que ellos guían espiritualmente, pero las ocasiones de riesgo son objetivamente menos frecuentes.
5. En otras palabras, hay algo en el sistema mismo de celibato que favorece estos problemas que hoy enfrenta la Iglesia. Cuando se informa que sólo en una diócesis (Boston) ha habido 117 sacerdotes implicados en conductas de abuso sexual y se considera que el problema ha salido a luz en innumerables países, involucrando a muchos otros centenares de clérigos, intentar reducirlo a una cuestión de culpas individuales es tratar parar una ola con la mano.
6. Por tanto, la Iglesia debe enfrentar la cuestión del celibato (podía pasar a ser optativo). También debe abrirse realistamente a la posibilidad de tener religiosos o religiosas de una identidad u orientación sexual minoritaria, célibes o no. Si no lo hace pronto (y no se ve probable que lo haga) lo deberá hacer más tarde o más temprano a un costo mayor.