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Me encuentro de visita en Palo Alto, California y traje conmigo el libro “Cuba Libre”, que contiene una colección de los posteos de la joven Yoani Sánchez, la mundialmente famosa bloguera cubana. Sus apuntes son trozos breves, elocuentes , que exhalan dignidad y una pesarosa frustración, trenzada con una porfiada esperanza. Su lectura me ha conmovido hondamente.
Recordé que hacia mediados de los años 80, una periodista norteamericana volvió, luego de ocho años como corresponsal en Moscú, a esta zona de los Estados Unidos que hoy se conoce como Silicon Valley, y que ya entonces surgía como La Meca de la tecnología de punta. Es un archipiélago de pequeñas localidades urbanas que más parecen ciudades de muñecas: ordenadas, amables, pudientes a más no poder.
Escribía esta periodista sobre los contrastes que enfrentó a su regreso. Por una parte, le maravilló que en una sola mañana pudiera abrir cuenta en el banco, instalar teléfono, llenar su refrigerador y pedir una pizza por fax, lo que habría sido impensable en la Unión Soviética. Por otra parte, había una convocatoria a plebiscito en su acomodada comuna y los temas eran la trivialidad misma: si se debía prohibir que se usaran cortadoras de pasto ruidosas los sábados por la mañana y si los restaurantes debían tener secciones separadas para personas que usan perfumes penetrantes.
La paradoja que encierra esta historia la he recordado más de una vez en mis propias columnas: luchamos incansablemente por un futuro mejor pero, cuando éste comienza a insinuarse, viene acompañado de una banalización de la vida que a veces nos hace añorar el sentido de los tiempos de sacrificio. Leer los blogs de Yoani Sánchez inevitablemente empequeñece la importancia de los temas que tanto afanan a los blogueros de otras latitudes. Sin embargo, cuánto daría ella por poder ocuparse de cuestiones distintas a las que hoy la absorben y agobian.
La calidad de los escritos de esta cubana me trae a la memoria otro recuerdo: Dicen que allá por los años veinte, en Chile había una legión de jóvenes aprendices de poeta. De pronto, apareció un tal Neftalí Reyes que hizo hasta tal punto evidente la mediocridad de sus intentos por versificar, que todos decidieron colgar la pluma.
No estoy de acuerdo con que si brota un creador cúspide, los de menor calibre deberían desistir en sus esfuerzos. La misma idea de cumbre supone una masa de tierra sobre la cual ésta se eleva. Y dicha masa no cumple sólo la función de soporte, sino que es parte integral de la montaña, aunque la vista de los espectadores tienda a dirigirse mayormente hacia las alturas. No obstante, y metáforas trilladas aparte, las cimas de excelencia nos dan una medida de la calidad a la cual deberíamos aspirar.
Pues bien, Yoani Sánchez es una bloguera de calidad superior. Sus posteos nos recuerdan que los mejores blogs no son tradicionales columnas de opinión que sucede que se publican en forma digital porque el espacio de los medios impresos es limitado. Tampoco son cartas abiertas, ni fragmentos de un diario íntimo, ni breves ensayos. Son observaciones particulares, certeras y fugaces, cotidianas y personales, que hacen luz sobre un punto de interés general o de valor universal. La voz de la bloguera transfigura lo que está al alcance de la mano, día a día, convirtiéndolo en penetrantes agravios con destellos de humanidad.
Yoani rara vez postea más de 400 palabras (yo ya llevo como 500). Una noticia oficial, un recuerdo cualquiera, un trámite burocrático o una mirada a un rincón de La Habana, le suscitan dos o tres reflexiones y luego la moraleja se desprende sin esfuerzo del texto escueto. ¡Y cómo escribe! Un castellano económico, correcto, sin asomo de autoconciencia. Un estilo elegante en su claridad y sencillez, que nos hace conscientes de nuestra agripada prosa, llena de toses y carrasperas.
Recomiendo fervientemente la lectura de los blogs de Yoani Sánchez a mis colegas blogueros, a quienes postean comentarios y a los lectores que prefieren no expresar opinión. A todos nos servirá de clase magistral sobre cómo observar, pensar, sentir, escribir...
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