domingo, 1 de agosto de 2010

CALIDAD DEL PERIODISMO


Es sabido que la libre expresión es la madre de las libertades en una sociedad democrática. Se sabe también que los medios de comunicación de masas son el vehículo privilegiado para ejercer dicha libertad. Por tanto, es esencial, para la salud de la sociedad moderna, que los medios publiquen debidamente informaciones, opiniones e ideas (además, naturalmente, de tener espacio para el entretenimiento y la publicidad).

¿Debidamente? ¿Quiere decir esto que la prensa debe ser veraz? Por supuesto, es altamente deseable que lo sea, pero ello no se puede imponer por ley. Antaño, un viejo profesor nos explicaba que es posible transitar, en sólo dos pasos conceptuales, todo el trecho que separa la libertad de la peor censura. Punto de partida: "¡Viva la libertad de expresión!". Paso 2: "La libertad, claro está, al servicio de la verdad". Paso 3: "La verdad, desde luego, calificada por la autoridad".

Las falsedades sobre hechos que nos atañen personalmente, deben ser, por cierto, reparables. Una persona erróneamente aludida, tiene derecho a rectificación o respuesta en el mismo medio. El punto es el de la verdad sobre noticias de interés público y, más importante aún, sobre la interpretación de éstas. Acerca de ello no es posible imponer un estándar determinado. La única solución consiste en que haya acceso a tantos y tan diversos medios de comunicación, que los lectores, auditores o televidentes puedan formarse su propia opinión. Además, tal diversidad fuerza a los medios a auto-regularse; de lo contrario perderían credibilidad y público (y, como consecuencia, viabilidad económica).

Otro punto crucial es el del respeto a ciertos estándares básicos, por parte de los profesionales de la prensa. Naturalmente, los medios de comunicación tienen su orientación editorial. Por ejemplo, todo el mundo informado sabe que el New York Times es liberal y el Wall Street Journal, conservador; y que Le Monde Diplomatique en español está más a la izquierda que su versión en francés. Lo medular no es que tengan una línea determinada; el problema se presenta cuando esa línea influye también en aspectos más netamente técnicos o profesionales como los titulares, la forma de presentar las estadísticas, la compaginación, la selección de las fotos…

Y acerca de esto ¿cómo andamos por casa? En la prensa escrita chilena, como se sabe, hay un duopolio. Esto genera una cierta variedad y competencia, pero muy insuficiente. En la Televisión abierta, existen unos cuántos canales. Sólo en la radio es posible hallar más diversidad; o bien en los todavía incipientes (aunque velozmente cambiantes) medios digitales.

En un medio masivo no puede pretenderse que cada periodista tenga plena autonomía editorial. Sin embargo, en los mejores periódicos de países con larga tradición democrática, es común que la dirección del diario, esto es, la planta profesional, sea bastante autónoma respecto de sus dueños. Por supuesto, éstos designarán a un director más o menos afín con su propia línea política, ideológica o valórica. Pero los propietarios no intervienen en el día a día del trabajo periodístico. Tal autonomía relativa es bastante desconocida en los diarios chilenos, aunque en alguno se comience a insinuar más que en otro.

Tanto o más grave es la manipulación de la presentación de las noticias, de acuerdo a las preferencias políticas del medio. Un solo botón de muestra: Bajo la presidencia anterior, cierto día, un importante diario santiaguino dedicó su titular de portada al hecho que un enfermo mental había quemado una imagen religiosa en la catedral. En la misma edición se consignaba, en páginas interiores, la noticia de una redada policial que condujo a la captura de centenares de delincuentes. Si estos sucesos se hubiesen producido hoy en día ¿cuál habría sido el principal titular?