domingo, 24 de octubre de 2010

LOS MINEROS Y LA EXPLOTACION PUBLICITARIA


GEOTEC, la sociedad comercial dueña de la perforadora que alcanzó el refugio donde están los mineros, les envió camisetas con el nombre de la empresa para que se las pusieran al momento en que llegara de la sonda. Los mineros lo hicieron, asumiendo, supongo, en su aflictiva situación, que hay que seguir toda instrucción que viene de la superficie. El gobierno se enfureció al ver la grabación y la censuró.

¿Qué reflexiones provocan este y otros intentos de explotar publicitariamente el rescate?

1. Es cierto que la publicidad es inseparable de la vida y la economía modernas. La divulgación de productos y servicios puede ser, a menudo, engañosa, pero, en sí misma, es una función necesaria y permite, además, financiar los medios masivos de comunicación.

2. Interesa a las empresas asociar su imagen corporativa o su marca con valores positivos a los ojos de la comunidad. El objetivo final es siempre maximizar las ganancias (lo que es natural), para lo cual les conviene que el público consumidor tenga una imagen favorable de ella. Esto se puede hacer de una manera general y sutil – y más aceptable para el público – o de un modo más burdo. Ejemplo de lo primero son el financiamiento de las artes o de programas de educación o de salud que emprenden diversas empresas.

3. El camino más grosero consiste en solventar actividades de bien público, pero concebidas desde la división de marketing de la respectiva empresa, para intentar promover un producto, bajo el disfraz de filantropía, o bien para intentar contrarrestar el carácter nocivo del mismo. Por ejemplo, una marca de cigarrillos que financia un evento deportivo o una empresa que patrocina un concurso de arte, exigiendo que los artistas generen obras relacionadas con alguno de sus productos.

4. A veces, el mal gusto alcanza niveles de profanación. Es lo que ha sucedido en los últimos años, alrededor de la Navidad, cuando se ha instalado frente a La Moneda un árbol de pascua gigante cuyos adornos son símbolos de la Coca-Cola. Es también lo que acaba de intentar GEOTEC, buscando publicidad fácil en torno a una de las escasas ocasiones en que la vida moderna nos permite acudir a lo que nos queda de altruismo, solidaridad y esperanza.

5. Pregunta: ¿No hay también un aprovechamiento de una causa noble por parte de las empresas que patrocinan la Teletón a cambio de que sus productos sean vinculados oficialmente a esta campaña? Creo que sí, pero la sociedad se ha resignado al hecho que, de no mediar esta forma de publicidad, los niños discapacitados contarían con menos ayuda.

6. Segunda pregunta: ¿No aprovecha también el gobierno la publicidad del rescate de los mineros? Sí, aunque ésta puede ser una consecuencia inevitable (sin perjuicio de que sea también manipulada para maximizar sus efectos) del cumplimiento de su deber. Lo que resultaría menos aceptable sería que se subordinaran aspectos importantes de la operación de rescate con el fin de destacar el protagonismo del Presidente o de otras figuras políticas. Además, es reprobable que no se haya respetado la privacidad de la vida de los mineros y sus familias o de sus comunicaciones personales.

7. Tercera pregunta: ¿También los medios masivos de comunicación lucran con el rating de esta ultra-noticiosa situación? Sí, tanto los medios nacionales como los extranjeros. Sin embargo, al igual que sucede con las autoridades políticas, ello es una consecuencia inevitable del cumplimiento de su misión. Por lo mismo, sería similarmente reprochable que pasaran por encima de consideraciones básicas de ética periodística.

8. Ultima pregunta: ¿No se está legitimando este afán de explotar publicitariamente (y, por tanto, económicamente) este drama, mediante los consejos anticipados que todo el mundo entrega a los mineros de sacar el mayor partido posible de sus historias, una vez rescatados? En parte, sí. No obstante, sería de un moralismo discriminador y prepotente pedirles que sus penurias alimenten los bolsillos de tantos otros y no redunden en ningún beneficio propio.

lunes, 11 de octubre de 2010

200 AÑOS: DOS GRANDES TAREAS PENDIENTES


Los sistemas políticos nacen, viven, mueren y renacen. Chile nació con un declarado ideario republicano. En el curso de su laboriosa vida independiente, la convivencia nacional se ha quebrado radicalmente en dos momentos. Hoy, luego de la última refundación, el país procura realizar las tareas incumplidas.

La emergencia de un nuevo Estado, suele ocurrir en un tiempo concentrado (en Chile, aproximadamente, entre 1810 y 1833). Esos períodos poseen gran valor simbólico para futuras generaciones. Se diría que en ellos se elabora el software ético y político de una nación, el cual se va actualizando, a lo largo de las décadas y los siglos, aunque siempre marcado por su configuración inicial.

Desde luego, los nuevos Estados no brotan de la nada. En Chile, tanto las raíces precolombinas como el peso de la herencia hispana contribuyeron a moldear la nación que hemos sido. Con todo, el período fundacional de un nuevo país le da a una comunidad nacional un nítido sello de identidad y sentido.

Chile nació durante el auge de los ideales liberales forjados en el siglo XVIII. Ellos definieron nuestra “hoja de ruta”. Sus nociones centrales son la igual dignidad y derechos de toda persona y la voluntad popular como base de la legitimidad del poder. Este ideario implica que el sentido de una sociedad política es maximizar los beneficios de la cooperación, en un clima de seguridad que les permita a todos desenvolverse autónomamente, sobre una base de igualdad de oportunidades.

Durante dos siglos, la historia de los países americanos ha estado marcada por el intento trabajoso de concretar tales principios, o, con más frecuencia, por el afán de pretender que se avanza en esa dirección, cuando la realidad muestra estancamientos o retrocesos. Chile ha sido una excepción relativa a esta última tendencia.

Las primeras conquistas igualitarias republicano-liberales fueron la abolición legal de la sociedad de clases privilegiadas y de la esclavitud. También se inició un largo proceso, hoy todavía inconcluso, de erradicación de las discriminaciones (principalmente, las que se basan en la religión, raza o género). El camino no ha sido llano. En Chile, las declaraciones iniciales de igualdad legal no se han materializado plenamente en la práctica. Aunque con el tiempo se superaron algunas formas extremas de servidumbre y sometimiento, subsiste la marginación o exclusión social de sectores de la población.

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, se hizo claro, en todo Occidente, que las igualdades legales, frutos de la primera oleada de pensamiento liberal, eran fundamentales pero no suficientes. Frente a la dramática desigualdad de hecho que sufrían los pobres, fue cobrando fuerza la alternativa de transformar revolucionariamente la sociedad. A partir de entonces y hasta el fin de la Guerra Fría, 140 años más tarde, la lucha por la hegemonía política nacional y mundial tomó la forma de grandes pugnas ideológicas.

De este tipo conflictos políticos ha estado plagada la vida de las sociedades modernas. Sin embargo, cuando se extreman, pueden provocar la muerte de un sistema político, la que frecuentemente va acompañada de grandes atrocidades. Ello sucedió en Chile en 1891 y en 1973.

En décadas recientes, luego de la última refundación de nuestro país, ha habido nuevos avances hacia los ideales fundacionales. Las nociones de democracia, derechos humanos e igualdad de oportunidades concitan gran aprobación, al menos retóricamente. Hay mayor espacio para el emprendimiento. La sociedad civil ha cobrado más protagonismo, lo que es clave para hacer realidad el principio democrático de la soberanía popular. Ha ganado terreno la idea de que tenemos derechos pero también responsabilidades: debemos, a la vez, contar con medidas de solidaridad social y valernos por nosotros mismos, en toda la medida de lo posible.

Hoy subsisten dos grandes desafíos. El primero es alcanzar una situación de efectiva inclusión social que provea igualdad de oportunidades para todos, superando la discriminación y la marginación que sufren sectores del país. El segundo reto es la modernización del Estado y la sociedad, junto con desarrollar una capacidad de constante adaptación a las exigencias de los tiempos.

Abordar estas tareas exige superar algunos lastres que continúan dividiéndonos. Cincuenta años atrás, Chile estaba escindido, ideológicamente, en tres tercios irreconciliables. Actualmente, tales extremas diferencias parecen superadas, pero existen otras grietas no tan claramente visibles: Por una parte, hay quienes no están dispuestos a ceder ni un ápice de sus privilegios en pro de construir una sociedad justa y sostenible. Por otra, hay quienes prefieren esperar todo del Estado. Para realizar el ideal republicano inscrito en nuestra acta de nacimiento como país, se requiere que pueda prevalecer, en el largo plazo, una tercera actitud: la de quienes advierten que el emprendimiento es la savia de una sociedad, pero que la inclusión y la justicia social son sus raíces y tronco.

domingo, 1 de agosto de 2010

CALIDAD DEL PERIODISMO


Es sabido que la libre expresión es la madre de las libertades en una sociedad democrática. Se sabe también que los medios de comunicación de masas son el vehículo privilegiado para ejercer dicha libertad. Por tanto, es esencial, para la salud de la sociedad moderna, que los medios publiquen debidamente informaciones, opiniones e ideas (además, naturalmente, de tener espacio para el entretenimiento y la publicidad).

¿Debidamente? ¿Quiere decir esto que la prensa debe ser veraz? Por supuesto, es altamente deseable que lo sea, pero ello no se puede imponer por ley. Antaño, un viejo profesor nos explicaba que es posible transitar, en sólo dos pasos conceptuales, todo el trecho que separa la libertad de la peor censura. Punto de partida: "¡Viva la libertad de expresión!". Paso 2: "La libertad, claro está, al servicio de la verdad". Paso 3: "La verdad, desde luego, calificada por la autoridad".

Las falsedades sobre hechos que nos atañen personalmente, deben ser, por cierto, reparables. Una persona erróneamente aludida, tiene derecho a rectificación o respuesta en el mismo medio. El punto es el de la verdad sobre noticias de interés público y, más importante aún, sobre la interpretación de éstas. Acerca de ello no es posible imponer un estándar determinado. La única solución consiste en que haya acceso a tantos y tan diversos medios de comunicación, que los lectores, auditores o televidentes puedan formarse su propia opinión. Además, tal diversidad fuerza a los medios a auto-regularse; de lo contrario perderían credibilidad y público (y, como consecuencia, viabilidad económica).

Otro punto crucial es el del respeto a ciertos estándares básicos, por parte de los profesionales de la prensa. Naturalmente, los medios de comunicación tienen su orientación editorial. Por ejemplo, todo el mundo informado sabe que el New York Times es liberal y el Wall Street Journal, conservador; y que Le Monde Diplomatique en español está más a la izquierda que su versión en francés. Lo medular no es que tengan una línea determinada; el problema se presenta cuando esa línea influye también en aspectos más netamente técnicos o profesionales como los titulares, la forma de presentar las estadísticas, la compaginación, la selección de las fotos…

Y acerca de esto ¿cómo andamos por casa? En la prensa escrita chilena, como se sabe, hay un duopolio. Esto genera una cierta variedad y competencia, pero muy insuficiente. En la Televisión abierta, existen unos cuántos canales. Sólo en la radio es posible hallar más diversidad; o bien en los todavía incipientes (aunque velozmente cambiantes) medios digitales.

En un medio masivo no puede pretenderse que cada periodista tenga plena autonomía editorial. Sin embargo, en los mejores periódicos de países con larga tradición democrática, es común que la dirección del diario, esto es, la planta profesional, sea bastante autónoma respecto de sus dueños. Por supuesto, éstos designarán a un director más o menos afín con su propia línea política, ideológica o valórica. Pero los propietarios no intervienen en el día a día del trabajo periodístico. Tal autonomía relativa es bastante desconocida en los diarios chilenos, aunque en alguno se comience a insinuar más que en otro.

Tanto o más grave es la manipulación de la presentación de las noticias, de acuerdo a las preferencias políticas del medio. Un solo botón de muestra: Bajo la presidencia anterior, cierto día, un importante diario santiaguino dedicó su titular de portada al hecho que un enfermo mental había quemado una imagen religiosa en la catedral. En la misma edición se consignaba, en páginas interiores, la noticia de una redada policial que condujo a la captura de centenares de delincuentes. Si estos sucesos se hubiesen producido hoy en día ¿cuál habría sido el principal titular?

lunes, 5 de julio de 2010

¿DECANO DURO DE MATAR O STATU QUO DURO DE CAMBIAR?


José Rodríguez Elizondo ha escrito una columna en la Tercera del Domingo 13 de junio, titulada “Decano Duro de Matar”. Respeto a José como columnista y académico. Sin embargo, en la polarización en que se halla la Facultad de Derecho de la U. de Chile, estamos en posiciones contrarias. El valora la gestión pasada del Decano Nahum, recientemente reelegido, luego de su renuncia, el año pasado. Yo tengo una opinión distinta.

A mi juicio:

1. La Universidad de Chile declina, lenta pero perceptiblemente. La Facultad de Derecho, quizás su órgano académico más emblemático, también.

2. En su anterior decanato, el prof. Nahum mostró una entrega total a la gestión universitaria. No obstante, su dirección fue autárquica, clientelar e ineficaz. Autárquica, porque tomaba la mayoría de las decisiones por sí y ante sí. Clientelar, porque prometía o hacía favores a cambio de apoyo. Ineficaz, porque si bien construyó nuevas y valiosas instalaciones, no llevó adelante urgentes reformas académicas.

3. Los hechos son preocupantes. Poco más de un 60% de los académicos de la Facultad tiene derecho a voto (el resto está “a honorarios”) y entre los que votan, muchos no han desarrollado actividad universitaria desde hace años. La modernización de la Facultad languidece.

4. La toma de los estudiantes de 2009, que culminó con la renuncia de Nahum, se centraba en estas quejas. Tales agravios eran compartidos por muchos profesores. Por ese entonces, se reveló, además, que el decano Nahum había publicado como suyo un libro idéntico a una memoria de un alumno suyo, que estaba basada en los apuntes que éste tomó de sus clases. En el libro no había mención alguna al trabajo de ordenación y redacción del estudiante. A todas luces esa publicación buscaba cumplir con requisitos exigidos por la U. de Chile para que un profesor llegue a la jerarquía de titular y postular al cargo de decano. Aunque soy titular, me parece absurdo exigir esa calidad para poder ser decano. Cualquier profesor de menor jerarquía que estuviera calificado para la gestión universitaria podría serlo, como ocurre en grandes universidades. Sin embargo, al presentar el libro como de su autoría, lo que el decano Nahum hizo, con el propósito – no lo niego – de poder servir a la Universidad del modo que él lo sentía, fue incorrecto, no un mero “viejo error” como lo califica José Rodríguez Elizondo. En todo caso, si bien la prensa de entonces se concentró en ese hecho, no era ésta la principal causa de la toma.

5. Los partidarios del profesor Nahum plantean otras objeciones: que la toma estudiantil fue una inaceptable medida de fuerza y que la mayoría democrática del claustro apoya al decano. Ambas deben ser respondidas:

6. La toma fue conducida de manera responsable, lo que no le quita su carácter de medida de suma presión. ¿Había otra alternativa o se trataba de un recurso extremo de cara a una situación de seria amenaza al futuro de la Facultad frente a la cual se cerraban las puertas, no se oía a los agraviados y nada cambiaba?

7. Sobre la democracia en la Facultad de Derecho se puede decir lo siguiente: (a) El padrón electoral es poco representativo y amañado. (b) Esa es la legalidad formal de la Facultad. (c) Sin embargo, legalidad no significa legitimidad y, aunque lo significara, legitimidad de origen no es equivalente a legitimidad de ejercicio (esta última distinción puede abrir varias cajas de Pandora; no por ello deja de ser relevante).

8. Aquellos que apoyaron a Nahum en su reciente victoria electoral al decanato podrían decir que quienes se opusieron a él jugaron con esas reglas del juego y perdieron. Y tendrían razón. Las autoridades interinas del último año pudieron y debieron hacer más para que el claustro de la Facultad fuera realmente representativo de sus académicos activos.

9. ¿Y ahora qué? Los sectores que estuvieron en pugna no representan posiciones políticas. En ambos hay personas de distintas convicciones. Se trata de un conflicto sobre el futuro de la Facultad de Derecho, por una parte; y, por otra, un diferendo entre quienes consideran que el decanato de Nahum tuvo grandes falencias y otros que piensan que hubo un intento injusto de los opositores del decano de tratar de imponer sus posiciones por la fuerza. Roberto Nahum ha declarado que quiere recomponer la “amistad cívica” y sus partidarios han dicho que corregirá las fallas de su anterior decanato. Esperemos que sea así.

lunes, 14 de junio de 2010

PROGRESO Y PROGRESISMO


Hace ya más de 500 años el poeta Jorge Manrique escribió que “…a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Desde entonces se vienen recordando estos versos para afirmar la superioridad del ayer respecto del presente. Lo que se suele olvidar, cuando se cita al poeta castellano, es la frase “a nuestro parecer”, que sugiere que el hecho que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, es fruto de nuestra impresión, no necesariamente la realidad.

“…A nuestro parecer…”. Es curioso cómo las expectativas suelen transformarse en dolidas añoranzas, con el paso de la vida. Cuando jóvenes, muchos imaginan un porvenir de halagüeñas promesas. Una vez que el transcurso del tiempo ha tornado el brillante futuro en deslucido presente, con su carga de esperanzas fallidas, tienden a convertir las esperanzas de ayer en nostalgias de hoy. Antes, para proyectar sus doradas ilusiones, debieron aligerar sus sueños de toda carga de realismo; hoy, para soportar el desencanto, procuran idealizar el pasado recordando (y magnificando) sólo lo bueno.

Hay quienes señalan que esta sospecha de lo nuevo y glorificación del pasado ya existía en la noche de los tiempos. Recuerdo haber leído cuando adolescente que se habían descifrado unas tablillas de escritura cuneiforme de miles de años de antigüedad, en las que constaba un lamento sobre la juventud que ya no tenía respeto por los mayores y otras quejas semejantes, que bien podrían haber reflejado un estado de ánimo contemporáneo.

Todo ello no significa, por supuesto, que no haya épocas mejores y peores. Bien sabemos que la historia no avanza ininterrumpidamente sino que sigue un derrotero marcado por vueltas, recodos e incluso retrocesos. El punto es si en el largo plazo podemos o no detectar progreso.

Para responder esta pregunta hay que comenzar por aclarar qué entendemos por progreso. Alguien dijo una vez que no es progreso que los caníbales empiecen a comer con tenedor y cuchillo. Por su parte, el pintor Franz Marc explicó, a comienzos del siglo pasado, la diferencia entre tradición y progreso: “la tradición no consiste en usar el sombrero del abuelo, sino en comprarse uno nuevo, tal como en su momento hizo el abuelo”.

Estos dichos nos aclaran que los avances meramente cosméticos no constituyen progreso y que el mejor modo de honrar la tradición no es repetir sus resultados históricos sino emular el impulso de novedad que anida en los ejemplos del pasado. Pero, una vez más, ¿qué es progreso? Como suelen contestar en los exámenes los estudiantes de derecho, “depende”. Depende de nuestra idea de qué es una vida buena, cómo organizar la sociedad mejor y en qué consiste la justicia. Y ese es terreno propio de la ética y la política.

El “progresismo”, sin embargo (término muy en boga en los debates políticos) supondría una actitud de apertura frente a lo nuevo, como camino para asegurar que la sociedad se organice para garantizar a todos justicia, así como una igualdad de oportunidades que les permita desarrollar sus planes sobre lo que consideran una buena vida. El progresismo supone reconocer de partida que todo lo que ha terminado por aceptarse como un avance, alguna vez fue novedoso; y como tal, fue resistido en su momento. Aunque también significa entender que no todo lo nuevo acaba siendo un paso hacia adelante. Tal como la naturaleza, que ensaya constantemente innumerables permutaciones, sólo algunas de las cuales se sostienen como viables a lo largo del tiempo, apenas una minoría de los experimentos políticos y sociales, así como de los cambios económicos y tecnológicos acabarán asentándose como válidos.

Así mirada, la idea de progresismo no es necesariamente monopolio de un determinado sector político. Hay partidos y movimientos que comenzaron con un sentido de innovación y progreso (en la connotación amplia de esta expresión ya señalada) pero luego se estancaron en un tradicionalismo estrecho del tipo “usar el sombrero del abuelo”. Lo que sí importa es una actitud, no sólo de propiciar y examinar lo nuevo con interés (aunque también críticamente) sino también de celebrar los cambios e innovaciones en la medida en que parezcan contribuir a forjar una sociedad más justa y sustentable.

MEJOR OLVIDARSE DE LOS NOMBRES


Estas líneas no pretenden ser un elogio de la amnesia ni tampoco un llamado a olvidarse por completo de la denominación de las cosas. Se trata, sí, de destacar la importancia de no quedarse atrapado en los nombres porque ello limita nuestra aptitud para entender y atrofia nuestra capacidad de apreciar.

El ejemplo más socorrido es el del nombre “pescado crudo”, que para muchos trae asociaciones ominosas que les impiden disfrutar del sushi. Si ellos pudieran olvidar por un momento que están comiendo frutos del mar sin cocción, quizás podrían degustarlos sólo a partir de sus sabores, texturas y aromas, y no rechazarlos como el alimento para focas que sugiere la expresión “pescado crudo”.

Claro que la pérdida permanente de la facultad de identificar puede ser invalidante. El neurólogo Oliver Sachs, en su libro ”El Hombre que Confundió a su Mujer con un Sombrero” narra el caso de un paciente con un daño cerebral que le impedía armar un conjunto coherente a partir de los distintos componentes visuales que percibía. Mirando la cara de alguien, veía perfectamente dos ovalos horizontales (los ojos), una abertura más abajo (la boca), etc., pero no podía representarse un rostro, menos aún darle un nombre.

Ese caso reafirma algo evidente: necesitamos reconocer, distinguir, agrupar, clasificar, para poder manejarnos en el día a día y para transitar expeditamente por los senderos del saber y del aprender. Dicho conjunto de funciones es semejante a la labor de edificar, pero si aceptamos este símil, habrá que recordar también que las construcciones precisan de aberturas: puertas, ventanas, ductos y patios. Por lo mismo, es esencial ejercitarnos en saber suspender, selectiva y temporalmente, la facultad de identificar, no sólo para abrirnos a aventuras culinarias aparentemente exóticas, sino también, por ejemplo, para la apreciación de las artes visuales y, en general, de todo lo visible.

Lawrence Weschler desarrolla esta idea en su libro “Ver es Olvidar el Nombre de las Cosas que Vemos”. El punto es que si, en vez de asignar la denominación de “mesa” o “silla” al objeto que estamos contemplando (sin que procuremos llegar más allá de la identificación), notáramos debidamente sus líneas, ángulos, colores, vetas y manchas, estaríamos “viéndolo” de verdad. Esa misma actitud nos permitiría discernir una obra de arte no figurativo, por encima del simple “no la entiendo”.

Shakespeare ilumina hasta qué punto un nombre puede ser instrumento de prejuicios. En su célebre tragedia del amor adolescente, Julieta se pregunta sobre qué importa un nombre, cuando se entera que el de Romeo identifica al objeto de su amor a primera vista como miembro de los Montesco, la familia archienemiga de la suya. “Bajo cualquier otro nombre, la rosa exhalaría la misma dulce fragancia”, reflexiona la enamorada muchacha.

Convengamos, sí, que a veces es preferible que no sepamos lo que hay detrás de un nombre y que éste, más que una barrera al entendimiento, opera como una pantalla que nos protege de algo que más vale que permanezca ignorado. Por ello, un viejo refrán alemán (¿o es polaco?) sostiene que si queremos comer salchichas, mejor no averigüemos de qué están hechas. Un dicho que es, por lo demás, plenamente aplicable al campo de la política, entre muchos otros ámbitos del quehacer humano.

martes, 25 de mayo de 2010

APRENDER DE MEMORIA


Siglos atrás, una corriente de pensamiento teológico distinguía tres “potencias del alma”: la memoria, el entendimiento y la voluntad. Ya entonces se reconocía el papel central de la memoria en la definición de la identidad (somos lo que hemos sido) y en la pervivencia de los dolores, así como de los goces (“lo comido y lo bailado…”). A propósito de esto último, algunos místicos de antaño recomendaban ejercicios para sojuzgar a la memoria, purificándola del recuerdo mismo de los placeres.

Hoy, la memoria tiene mala prensa, sobre todo en el ámbito de la educación. No seré yo quien argumente a favor de una enseñanza repetitiva, que ponga el énfasis en el recuerdo automático de fechas, nombres o cifras, en menoscabo de la comprensión de lo que se retiene. Sin embargo, creo firmemente que últimamente el péndulo se ha movido hacia el otro extremo. Todavía pienso, contra el parecer de la mayoría de los pedagogos actuales, que es útil que los niños aprendan de memoria las tablas de multiplicar o que sean capaces de recitar algunas poesías de corrido. El punto no es tratar de facilitarles funciones que pueden realizar instantáneamente con una calculadora o tipeando algunas cuantas palabras en el buscador Google. Se trata, más bien, de fortificar una función mental que será un valioso auxiliar para ellos, en su larga jornada por los senderos del saber y del quehacer.

Recordar bien no consiste en ser capaz de evocar un dato cualquiera, extrayéndolo con certidumbre de entre un confuso amontonamiento de información. Más bien se parece a la función de organizar un buen sistema de archivos computacionales, con carpetas y sub-carpetas bien dispuestas, dentro de las cuales uno sabe lo que va a encontrar. También es esencial aprender a recuperar “transversalmente” datos relevantes que hemos almacenado en distintos compartimentos de nuestros recuerdos. Si conseguimos hacerlo con cierta destreza, nos sorprenderá comprobar la relevancia que puede llegar a tener cierta información que, mirada aisladamente, parecería trivial.

Para conseguir todo lo anterior, retener demasiado (o absolutamente todo, como el personaje Funes, de uno de los cuentos de Jorge Borges) es un gravoso obstáculo. Se dice que la memoria se puede recargar, tal como un disco duro que copa su capacidad y que no puede seguir almacenando información si no se borra alguna. No lo sé. Pero sí creo en el proverbio que afirma que una de las medidas del progreso es nuestra capacidad de olvidar.

Sobre mi propio caminar de la mano de la memoria, todavía recuerdo el día en que mi profesor jefe de tercero básico pidió un voluntario para recitar de memoria “La Higuera”, un poema de la uruguaya Juana de Ibarbourou, en un acto del colegio. Me ofrecí, declamé sin errores y desde entonces no he parado de hablar en público. (En contraste, también en ese año me ofrecí para participar en el coro del colegio, hasta que el profesor que lo dirigía me mandó de vuelta a la sala de clases por “rana”, y nunca más he podido cantar ante otros).

En ese entonces tenía apenas ocho años. A poco andar, noté que las más apasionadas aficiones de mis compañeros estaban construidas sobre la capacidad de memorizar: las estadísticas del fútbol, los nombres de los artistas de Hollywood, las letras de canciones… La intuición me dijo que una memoria bien acerada sería un instrumento invaluable para explorar todas mis curiosidades. Comencé, entonces a cultivar esa facultad deliberadamente. Años más tarde, cuando ya estaba a punto de salir del colegio, el maestro nacional de ajedrez René Letelier me enseñó algunas técnicas de memorización que practico hasta ahora.

Y así, llegué a pensar que no había ámbito de lo humano en que no interviniera la memoria. Hasta que un amigo me hizo ver que hay significativas excepciones, recitándome este desopilante poema, aprendido de su padre:

"Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
”Arte diabólica es”,
dijo, torciendo el mostacho,
”esto de hablar en gabacho.
Un hidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho”.

EXPERIMENTOS SOCIALES INCONCEBIBLES


Tesis 1: En los Estados Unidos subsisten prejuicios raciales que pesan, consciente o inconscientemente, en el ánimo de muchos policías y miembros de jurados. Ello, sumado a que los testigos presenciales son notoriamente poco confiables, ha producido la condena de muchísimos varones negros por delitos que no han cometido.

Difícil de probar de modo concluyente, ¿no es cierto? Bueno, las técnicas de avanzada se han encargado de ello. Esta semana salió en libertad Raymond Tower, un músico negro de 52 años de edad, luego de pasar 28 años en prisión. Un examen de ADN demostró que él no pudo haber cometido la violación por la que se lo condenó. En las últimas dos décadas ya suman más de 250 los casos de personas sentenciadas a largas penas de presidio en los Estados Unidos que han logrado probar su inocencia gracias a tests de ADN y a la acción decidida de una organización de abogados defensores.

Tesis 2: Hay un número no menor de personas altamente inteligentes, que han tenido una educación de calidad, que no vacilarían en causar grandes males si pudieran hacerlo con una razonable probabilidad de anonimato e impunidad.

¿Igualmente difícil de probar? Bueno, aparte de algunos estudios pioneros cuyos resultados son controvertibles, el avance de la computación y el Internet han aportado indicios tremendamente decidores: basta pensar en los miles de hackers, que continuamente lanzan al cyberespacio todo tipo de virus y otros destructivos engendros digitales.

Tesis 3: Las prácticas que implican un riesgo de transmisión de enfermedades sexuales son mucho más generalizadas de lo que comúnmente se piensa.

¿Cómo realizar estudios confiables sobre una conducta que, por lo común, es privada y reservada? Esta vez la biología la epidemiología se alían para entregar, si no una cuantificación científicamente precisa, al menos una aproximación a la magnitud de dicho fenómeno. En efecto, la ciencia nos dice que la probabilidad de contraer SIDA en un solo acto sexual es bastante baja (generalmente no se divulga este hecho para que las personas – sobre todo las de grupos de riesgo – no se confíen). Por otra parte, las estadísticas revelan que el contagio de VIH está muy difundido, alcanzando en algunos países africanos a un significativo porcentaje de la población. Se puede concluir, lógicamente, que la “tasa de promiscuidad” es muy elevada.

Tiempo atrás, quienquiera que hubiese intentado probar tesis como las mencionadas o siquiera avanzar en su estudio, habría encontrado insalvables barreras metodológicas y éticas. El hecho es que los progresos tecnológicos, la asombrosa disponibilidad de datos que éstos permiten, más algunos fenómenos naturales, así como nuevas tendencias sociales han ofrecido ciertas respuestas o, al menos, algunas pistas significativas, que hace no tanto tiempo hubieran parecido inaccesibles.

En la mayoría de los casos, las conjeturas que de este modo se prueban o refuerzan apuntan a zonas bastante sombrías de nuestra común condición humana.

No cabe esperar que la tecnología arroje una luz definitiva sobre la extensión de todas nuestras miserias. Ni tampoco que nos ayude a superar nuestras más penosas impotencias (aunque es probable que sí termine por salvarnos de nuestra probada incapacidad de conciliar debidamente la libertad de expresión y una genuina pluralidad de medios de comunicación masiva).

Lo que estos involuntarios experimentos sociales tienden a confirmar es la intuición de que todo progreso ético consiste en erigir defensas (institucionales, éticas, educacionales…) en contra de nuestras más infortunadas tendencias.

LA UNIVERSIDAD DE CHILE EN LA ENCRUCIJADA


Comienzo, en aras de la transparencia, con dos declaraciones: Soy profesor de la Universidad de Chile, en la cual me formé como abogado. Apoyé la re-elección del Rector Víctor Pérez.

Dicho esto, entro en materia:

La Universidad de Chile tiene un largo historial de excelencia y de servicio público desde su fundación, en 1842. Todavía es considerada en los rankings internacionales como la primera universidad del país y una de las mejores de América latina. Cierto, la Universidad Católica atrae más alumnos de elevados puntajes a la mayoría de las carreras tradicionales que ofrece (exceptuada, entre otras, Derecho); no obstante, en cuanto a diversidad de su alumnado, apertura crítica e investigación académica, la U. de Chile aún es líder.

Sin embargo, los tiempos cambian velozmente y la respuesta de la Universidad de Chile a nuevos y grandes desafíos ha sido tardía y patentemente insuficiente. En mi opinión (de la cual discrepan muchos de mis colegas profesores) los problemas cruciales son dos. El primero tiene que ver con la forma de gobierno de nuestra principal casa de estudios. En efecto, los profesores eligen a las autoridades universitarias. Es claro que muchos académicos trabajan denodadamente y con creatividad, exigidos por su propia pasión hacia el saber y el educar. Pero, siendo la condición humana lo que es, la mayoría tiende a preservar el statu quo, lo que significa rendimientos bajos, evaluaciones inoperantes e inamovilidad. El segundo problema grave, relacionado con el anterior, es la rigidez de las normas y prácticas universitarias, las cuales restringen severamente la posibilidad de crear incentivos para el buen desempeño.

¿Suena familiar? De modo muchísimo más grave, pero respondiendo a parecidos mecanismos de estancamiento, es lo que sucede en la educación escolar pública.

Dada esta situación, creo que la U. de Chile aún se sitúa por encima de las demás universidades del país, pero la nariz del avión, por decirlo así, apunta hacia abajo, a diferencia de algunas de las otras, que van ascendiendo, poco a poco.

Pienso (aunque, desde luego, no hablo por él) que el Rector Pérez entiende bien esta situación. Cuando fue elegido por primera vez, en 2006, venía precedido de su reputación como el gestor de notables innovaciones en el Departamento de Ingeniería Industrial. En la Rectoría, sin embargo, se vio entrampado por todo el ramaje de normas y procedimientos obsoletos de la Universidad y por una compleja estructura de Facultades muy difícil de coordinar. Más encima, para el mundo político la Universidad de Chile no entra en la agenda de prioridades, a menos que haya alguna emergencia mayor.

¿Qué Víctor Pérez pudo haber quebrado más lanzas? Quizás. ¿Qué trató de evitar conflictos que en definitiva eran inevitables? Puede ser. En todo caso, me parece que él tiene una visión clara sobre la Universidad y podría, en un segundo período y con menos restricciones, jugarse por reformas de fondo.

Dicha iniciativa debe partir por lo primero: crear suficiente conciencia en la opinión pública y el mundo político, de la necesidad de una re-estructuración mayor de la Universidad de Chile. El gobierno universitario debiera descansar en un órgano autónomo de excelencia, ampliamente representativo de las corrientes sociales, académicas y morales del país, y elegido por procedimientos públicos intachables. Este órgano debiera designar al Rector, luego de un proceso de búsqueda riguroso y transparente. Ello es posible; en los últimos veinte años, Chile ha dado repetidas muestras que para “temas de país” se pueden formar grupos y comisiones transversales que abordan su misión de modo elevado y consiguen llegar a acuerdos. Además, otras estructuras y normas anticuadas de la universidad debieran modernizarse.

Colocar la necesidad de una reforma mayor de la Universidad de Chile en la pantalla de prioridades públicas es arduo. La tan requerida renovación no llegará por
amable condescendencia de quienes (de buena fe, probablemente, porque no advierten los signos de los tiempos), tienen taponada toda posibilidad de cambio mayor. Quizás será necesaria una movilización estudiantil para respaldar transformaciones de fondo en la universidad. Contrariamente a los temores que suscita la expresión “movilización estudiantil”, algunas de las que ha habido en nuestra historia han sido firmes pero responsables. A veces no queda otra alternativa.

martes, 11 de mayo de 2010

LA BLOGUERA CUBANA


Me encuentro de visita en Palo Alto, California y traje conmigo el libro “Cuba Libre”, que contiene una colección de los posteos de la joven Yoani Sánchez, la mundialmente famosa bloguera cubana. Sus apuntes son trozos breves, elocuentes , que exhalan dignidad y una pesarosa frustración, trenzada con una porfiada esperanza. Su lectura me ha conmovido hondamente.

Recordé que hacia mediados de los años 80, una periodista norteamericana volvió, luego de ocho años como corresponsal en Moscú, a esta zona de los Estados Unidos que hoy se conoce como Silicon Valley, y que ya entonces surgía como La Meca de la tecnología de punta. Es un archipiélago de pequeñas localidades urbanas que más parecen ciudades de muñecas: ordenadas, amables, pudientes a más no poder.

Escribía esta periodista sobre los contrastes que enfrentó a su regreso. Por una parte, le maravilló que en una sola mañana pudiera abrir cuenta en el banco, instalar teléfono, llenar su refrigerador y pedir una pizza por fax, lo que habría sido impensable en la Unión Soviética. Por otra parte, había una convocatoria a plebiscito en su acomodada comuna y los temas eran la trivialidad misma: si se debía prohibir que se usaran cortadoras de pasto ruidosas los sábados por la mañana y si los restaurantes debían tener secciones separadas para personas que usan perfumes penetrantes.

La paradoja que encierra esta historia la he recordado más de una vez en mis propias columnas: luchamos incansablemente por un futuro mejor pero, cuando éste comienza a insinuarse, viene acompañado de una banalización de la vida que a veces nos hace añorar el sentido de los tiempos de sacrificio. Leer los blogs de Yoani Sánchez inevitablemente empequeñece la importancia de los temas que tanto afanan a los blogueros de otras latitudes. Sin embargo, cuánto daría ella por poder ocuparse de cuestiones distintas a las que hoy la absorben y agobian.

La calidad de los escritos de esta cubana me trae a la memoria otro recuerdo: Dicen que allá por los años veinte, en Chile había una legión de jóvenes aprendices de poeta. De pronto, apareció un tal Neftalí Reyes que hizo hasta tal punto evidente la mediocridad de sus intentos por versificar, que todos decidieron colgar la pluma.

No estoy de acuerdo con que si brota un creador cúspide, los de menor calibre deberían desistir en sus esfuerzos. La misma idea de cumbre supone una masa de tierra sobre la cual ésta se eleva. Y dicha masa no cumple sólo la función de soporte, sino que es parte integral de la montaña, aunque la vista de los espectadores tienda a dirigirse mayormente hacia las alturas. No obstante, y metáforas trilladas aparte, las cimas de excelencia nos dan una medida de la calidad a la cual deberíamos aspirar.

Pues bien, Yoani Sánchez es una bloguera de calidad superior. Sus posteos nos recuerdan que los mejores blogs no son tradicionales columnas de opinión que sucede que se publican en forma digital porque el espacio de los medios impresos es limitado. Tampoco son cartas abiertas, ni fragmentos de un diario íntimo, ni breves ensayos. Son observaciones particulares, certeras y fugaces, cotidianas y personales, que hacen luz sobre un punto de interés general o de valor universal. La voz de la bloguera transfigura lo que está al alcance de la mano, día a día, convirtiéndolo en penetrantes agravios con destellos de humanidad.

Yoani rara vez postea más de 400 palabras (yo ya llevo como 500). Una noticia oficial, un recuerdo cualquiera, un trámite burocrático o una mirada a un rincón de La Habana, le suscitan dos o tres reflexiones y luego la moraleja se desprende sin esfuerzo del texto escueto. ¡Y cómo escribe! Un castellano económico, correcto, sin asomo de autoconciencia. Un estilo elegante en su claridad y sencillez, que nos hace conscientes de nuestra agripada prosa, llena de toses y carrasperas.

Recomiendo fervientemente la lectura de los blogs de Yoani Sánchez a mis colegas blogueros, a quienes postean comentarios y a los lectores que prefieren no expresar opinión. A todos nos servirá de clase magistral sobre cómo observar, pensar, sentir, escribir...

domingo, 11 de abril de 2010

IGLESIA Y SEXO II: EL CELIBATO


Vuelvo sobre este tema para aclarar un punto de fondo. Algunas personas argumentan que el celibato nada tiene que ver con los abusos sexuales contra niños porque sólo una exigua minoría de sacerdotes comete estos actos y, además, muchas otras personas los perpetran. Cierto. Pero no se trata de afirmar que el celibato sea la causa de los abusos sino de analizar hasta dónde es un factor de riesgo.

Aclaremos con un ejemplo: la juventud del conductor es un factor de riesgo de accidentes automovilísticos, pero ello no significa que todos los jóvenes provoquen accidentes ni que todos los accidentes sean ocasionados por jóvenes. Hay causas necesarias (sin ellas no se produce determinado efecto) y causas suficientes (bastan por sí mismas para generar el efecto). El celibato sacerdotal no es causa necesaria ni suficiente de los abusos sexuales. Pero hay serios indicios de que es un factor de riesgo, esto es, que hace más probable que ello ocurra. En cambio, la Iglesia insiste en presentar el problema sólo como una suma de abusos individuales.

Los siguientes puntos indican que dicha actitud no es razonable:

1. Desde antiguo, la Iglesia ha mirado al sexo como menos valioso que la castidad y lo ha aceptado sólo como medio de reproducción humana (esto ha tendido a cambiar, aunque lentamente). Para la doctrina tradicional, a diferencia del alimento, que es una “necesidad” (sin comer, morimos), el sexo sería un “impulso” que puede controlarse. La psicología tiene mucho que decir sobre las posibilidades y efectos de tal control.

2. En toda sociedad hay un predominio de heterosexuales y un porcentaje no mínimo de personas de orientación homosexual. Es muy probable que este último porcentaje sea mayor entre los sacerdotes. Una razón puede hallarse en el prejuicio histórico que han enfrentado los hombres que permanecen solteros y que sólo en tiempos recientes se ha venido disipando. (Esto no quiere decir que todas las personas de orientación homosexual que han ingresado al sacerdocio lo hayan hecho para escapar de dicho prejuicio).

3. Para los varones, sean heterosexuales u homosexuales, la juventud de su potencial pareja aumenta su atractivo sexual. La Iglesia lo sabe: el Derecho Canónico no permite mujeres menores de 40 años al servicio de un párroco. Sin embargo la Iglesia, probablemente porque reprueba el sexo homosexual, actúa como si, en los hechos, todos los sacerdotes fueran de orientación heterosexual. Un indicio de ello es que sus colegios para niños son, por lo general, regentados por religiosos y sus colegios para niñas, por religiosas. La razón implícita es que, dado que se asume que no hay sacerdotes de orientación homosexual, no existiría para ellos la ocasión de tentación que supondría el tener que alternar cotidianamente con alumnas.

4. Los sacerdotes de orientación homosexual que están en contacto constante con muchachos, se hallan en una situación análoga a la de un hombre heterosexual sujeto a un régimen de castidad que estuviera todo el tiempo rodeado de muchachas. El riesgo de abusos es mayor. Por cierto, también hay riesgo de abusos de sacerdotes contra niñas, aunque, en la práctica, tienen menos ocasiones de contacto cercano con ellas.

5. Por mucho tiempo los abusos de sacerdotes se silenciaron por un impulso de defensa institucional de la Iglesia, sumado al temor de las víctimas de sufrir estigmatización. Sólo en los últimos treinta años, con la declinación del tabú contra la homosexualidad, y el aumento de la condena social sobre la pedofilia, comenzaron a salir a luz los casos de abuso. La reacción de la Iglesia ha sido tardía y reticente. Ya es tiempo de cambiar y revisar el celibato, tanto por los motivos expuestos como por razones puramente eclesiales.

domingo, 4 de abril de 2010

LA IGLESIA CATOLICA Y LOS ABUSOS SEXUALES


El Papa ha reprochado con severidad a los obispos irlandeses por su desidia ante los abusos sexuales de muchos sacerdotes, a lo largo de décadas. Los Legionarios de Cristo han pedido perdón por la conducta de su fundador, Marcel Maciel.

¿Un completo reconocimiento, aunque tardío? Tardío, sí; completo, no. En verdad, la Iglesia todavía se halla en estado de negación. Aclaremos: La negación es una actitud sicológica que consiste en no aceptar un hecho perturbador, o bien en minimizarlo o no asumir responsabilidad por él. Es una conducta en que incurren frecuentemente individuos, grupos y hasta naciones.

Antes de seguir, declaro, en aras a la transparencia, que no soy creyente. Respeto el derecho de todos a sostener sus creencias. Pienso que no es posible un debate racional sobre cosas de fe, pero que las facetas humanas de las religiones pueden escrutarse a la luz de la razón. De hecho, la Iglesia misma se declara “experta en humanidad” (lo cito sin ironía) y a sus miembros se debe aplicar el dicho de que “nada de lo humano les es extraño”, ni abnegaciones ni perversiones.

Frente a las denuncias de abuso sexual, las autoridades de la Iglesia han tendido a proteger a los suyos y a la negación. Esta última toma varias formas. Primero, no reconocer los hechos hasta que no queda más remedio y, aún entonces, insuficientemente. Los abusos sexuales de sacerdotes en contra de niños a su cuidado, es asunto de siglos. Sin embargo, sólo en las últimas tres décadas comenzaron las denuncias sistemáticas, lo que se explica por un cambio social: los que fueron abusados, primero en los Estados Unidos y luego en muchos otros países, llegaron a superar el temor de ser estigmatizados si admitían que habían sido ultrajados. Una vez que se rompió el dique de las reticencias, las denuncias fundadas terminaron implicando a muchísimos sacerdotes y sumando miles de víctimas.

La segunda forma de negación consiste en disminuir la gravedad de los hechos. En ese sentido, voceros de la Iglesia han hecho referencia a situaciones de contexto (“en esos años, se creía que se podía tratar la pedofilia”). Asimismo, han relativizado la incidencia de los crímenes sosteniendo que se trata de una ínfima minoría de culpables (nadie dice que la mayoría del clero abuse, pero sí que el problema se encuentra en todos los países e involucra, en cada uno de ellos, a muchos sacerdotes). Una tercera vía de negación consiste en suavizar o esquivar las responsabilidades: el encubrimiento de los obispos es llamado “silencio” o “inacción”; se insinúa también que hay quienes estarían montando “ataques mediáticos” contra la Iglesia.

Sin embargo, la negación más obstinada es aquella que rehúsa aceptar que, más allá de conductas reprobables de algunos sacerdotes, pueda haber alguna falla con el sistema del celibato. Esta institución, que no es una “doctrina” sino una “regla o disciplina”, tiene cerca de nueve siglos de antigüedad y se basa en una antigua línea de pensamiento teológico que sostiene la superioridad del estado célibe. Hoy sería posible emprender estudios serios acerca de la incidencia de la regla del celibato en la opción de las personas por el sacerdocio y en la Conducta de los sacerdotes.

Sin embargo, aunque la Iglesia misma enseña que en sus orígenes fue tremendamente innovadora, es claro que desde hace muchos siglos no re-examina sus propias reglas ancestrales, a menos que la marejada de la historia la fuerce a ajustarse un tanto, siempre tardía y parcialmente…, hasta la próxima marejada.

martes, 30 de marzo de 2010

¿HOMBRE NUEVO?



La Revolución Francesa buscaba crear un hombre nuevo, en tanto que quienes forjaron la independencia de los Estados Unidos, sólo aspiraban a un hombre mejor. En su celo renovador, la Francia de los jacobinos terminó cambiando los meses del año, estableciendo comités de moral pública y ejecutando hasta a sus propios dirigentes. Por esos mismos años, Estados Unidos organizaba un sistema político imperfecto pero razonable. Muchos dirán que, dos siglos más tarde, ese país se ha transformado en un abusivo hegemón mundial que ha renegado de la ética de sus fundadores y que, junto a su abrumador poderío, alberga profundas injusticias. Cierto; pero de ahí a suponer que ello se debe a que no instauró, en su origen, ni la guillotina ni tribunales revolucionarios, hay un abismo.

El punto central sobre el afán de construir un “hombre nuevo” es que la biología demora tres ceros más que la cultura. En otras palabras, si toma cientos de años forjar una cultura social, los cambios profundos de la naturaleza humana requieren de cientos de miles de años. Es posible que la ingeniería genética desmienta este truismo antes de que termine el presente siglo, pero estamos hablando, por ahora, de lo que nos enseña la historia registrada, por mucho que podamos estar viviendo en su fase crepuscular. Y lo que ésta nos dice es que la capacidad de soñar es fundamental para el progreso de la humanidad, pero que después de la imaginación viene la responsabilidad. Sin un cable a tierra, el sueño de la razón, como nos recuerda Goya, engendra monstruos.

Con todo, hoy en día siguen apareciendo en la escena política redentores auto-designados que prometen, en el curso de unas cuantas generaciones, un hombre nuevo. ¿Y quiénes les creen o necesitan creerles? En sus propios países, los desposeídos de siempre que no pueden imaginar que lo que los demagogos prometen pueda ser peor que la miseria que han vivido hasta entonces. En el concierto internacional, los apoyan aquellos que vieron derrumbarse sus catedrales, religiosas o seculares, y ahora deambulan como zombies, buscando un nuevo mesías, que si resulta ser alguien que se atreve a mostrarle el dedo del centro a los Estados Unidos, tanto mejor. Ah, y también algunos artistas de Hollywood, herederos de esas celebridades que hace más de treinta años visitaban con reverencia la China de Mao y se creían el cuento de que los académicos chinos a los que la Revolución Cultural había condenado a limpiar establos como parte de su “re-educación”, de verdad agradecían la oportunidad de enmendar sus errores y entrar en contacto directo con el proceso digestivo de la vaca.

Esto último me recuerda a unos extranjeros que vinieron a Chile, en 1974, en solidaridad con los perseguidos. Una noche, durante una cena con ellos, uno de los visitantes enunció, solemnemente, que la única revolución exitosa había sido la de Mao Tse-tung. Otro de los presentes le preguntó, con cortés extrañeza, ¿por qué?. La respuesta fue: “porque ha avanzado hacia la creación de un nuevo hombre”. A veces, cuando compruebo que en nuestra América continúan surgiendo quimeras de ese tipo (aunque más híbridas y trasnochadas que las de antaño) me transporto de regreso a esa noche de 1974 y le digo al dichoso contertulio maoísta, mental y retroactivamente, lo que en esa ocasión debí decirle: que cuando los sueños de la razón se derrumban, los de su laya nunca están a mano para recoger los escombros y comenzar la reconstrucción. Ya se han ido en busca del próximo mesías…

martes, 23 de marzo de 2010

TULIPANES Y CHARLATANES


La historia mundial de los grandes fraudes está recorrida por dos tipos de engaños masivos. Los primeros consisten en abusar de la fe religiosa de la gente. Por ejemplo, en los Estados Unidos hay predicadores televisivos que actúan impunemente apoyados en leyes que garantizan una irrestricta libertad de creencia; en ese país, si alguien decide hacerle fe a un malandrín que posa de santón, es problema suyo. Me declaro partidario de una amplia libertad religiosa y de pensamiento. El punto es que, dado que ni la credulidad ni la codicia tienen límites, cuando los corderos quedan entregados a su propio cuidado, los lobos hacen fiesta.

La televisión le ha permitido a maleantes de labia fácil, que en otra época habrían sido, a lo más, charlatanes trashumantes, llegar ahora a centenares de miles de televidentes, muchos de ellos dispuestos a desprenderse de cincuenta dólares a cambio de un pase expedito al cielo. (Bueno, en su tiempo, el negocio de las indulgencias de la Santa Sede, uno de los factores precipitantes de la reforma de Lutero, no fue tan diferente).

Entre los tele-evangelistas estadounidenses, el más desvergonzado ha sido Oral Roberts. En enero de 1989, este palabrero le comunicó a sus televidentes que Dios le había ordenado que recaudara ocho millones de dólares para fines de marzo de ese año, bajo pena de muerte. Llegada la fecha límite, había recibido nueve millones.
La otra gran corriente histórica de estafas masivas hace palidecer a estos sórdidos predicadores. Se trata de las grandes burbujas financieras. La primera de ellas fue la legendaria “Tulip-Manía”, de 1637. Antes de que la pompa especulativa estallara, un sólo bulbo de tulipán de la variedad Semper Augustus, se transaba en Amsterdam por el precio de cinco acres de buena tierra. Las superburbujas se forman sólo en los centros mundiales de las finanzas: hay otros cuatro casos registrados en Gran Bretaña, entre los siglos XVIII y XIX, y tres más que reventaron en Wall Street, en 1929, 2001 y en 2008 (el pasado mes de octubre).

“Hemos aprendido la lección; no volverá a suceder”. De cada uno de los descalabros económicos históricos, el mundo emergió recitando estas mismas palabras ¿Y por qué, sin embargo, las burbujas se repiten una y otra vez? Hay quienes citan a Einstein, quien decía que sólo había dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana (y sobre lo primero no estaba seguro). Otros destacan que la economía de mercado es como el arco iris, el cual posee un espectro perceptible pero tiene, por debajo y por encima, radiaciones invisibles. Estas serían, en el extremo inferior, la economía de subsistencia que no se refleja en el mercado; y en el superior, las altas finanzas, las cuales, en sus estratos más enrarecidos, sólo pueden detectar quienes manejan los instrumentos especulativos que ellos mismos inventaron. En tales alturas hay, periódicamente, enormes turbulencias. Imaginar una economía de mercado, agregan, sin que existan derrumbes financieros colosales cada cierto tiempo, es como desear un espectro electromagnético sin rayos ultravioletas. Y como estos colapsos son parte integral del sistema, la reconstrucción, inevitablemente, la solventamos todos.

Corríjanme si entendí mal: Si queremos una economía funcional debemos aceptar que los charlatanes que venden pomadas milagrosas son inseparables del sistema, que cada tanto tiempo se enriquecen al costo de echar abajo el tinglado completo y que la cuenta la pagamos los demás.

domingo, 21 de marzo de 2010

FARRAS Y LLANTOS


Una de las características humanas más arraigadas es la tendencia a proyectar el futuro como una extensión del presente, con mínimas variaciones; hasta que una avalancha demuestra lo contrario. Sin embargo, pasada la catástrofe, volvemos a recaer. En ninguna parte se expresa esta disposición con más fuerza que en los Estados Unidos.

Imaginemos que en 1980 alguien hubiera escrito que en los siguientes veinte años no era improbable que surgieran en el mundo cambios de calado mayor. Por ejemplo, que apareciera una nueva y gravísima enfermedad planetaria; que la comunicación se volviera instantánea y barata; que se derrumbara el imperio soviético; que se desentrañara el genoma humano y que muchos países europeos decidieran adoptar una moneda común. Habría que haber perdonado a los posibles lectores de este hipotético visionario si pensaron que tenía una imaginación encendida. Bueno, pasaron veinte años y después de la batalla todos fueron generales.

Sin embargo, hacia fines del siglo XX, Estados Unidos cayó en la misma actitud de tratar de avizorar el futuro a través del espejo retrovisor. Francis Fukuyama postulaba el triunfo del sistema liberal capitalista y un porvenir con algunos conflictos – claro está – pero dentro del marco de general aceptación de dicho modelo; en los Estados Unidos hubo excedentes presupuestarios por primera vez en mucho tiempo; no se vislumbraba todavía la emergencia de otro superpoder que pudiera disputarle a ese país el rol de hegemón en el nuevo orden global “unipolar”; el índice Nasdaq, de Wall Street, crecía sin parar, hasta el punto que algunos se preguntaban si no habría que relativizar la idea de los ciclos económicos. En fin, como dijo un comentarista, Estados Unidos creyó entonces que vivía un período de “vacaciones respecto de la historia”.

Y ya lo sabemos: El terror del 11 de septiembre de 2001 despertó al mundo a la realidad de una polarización global marcada por divisiones culturales y religiosas que se suponían superadas. Se derrumbó el Nasdaq; China siguió creciendo a todo vapor e India emergió como otro gigante; entretanto, bajo el gobierno de Bush, los recortes de impuestos y los costos de la Guerra en Iraq abrieron paso a mareadores déficits presupuestarios. Sin embargo, el crecimiento mundial cobraba nuevos bríos, de la mano de aventuradas especulaciones.

Y ahora, como cantaba Chavela Vargas, “otra vez a beber con extraños y a llorar por los mismos dolores”. La diferencia es que en esa canción se supone que el bebedor es quien se emborracha y, a la vez, lamenta sus padecimientos. En cambio, luego de la crisis subprime y de los rescates financieros sin precedentes, se confirma que la farra es para unos y el llanto para otros.

Algunos pronostican que cambiarán las reglas de funcionamiento del capitalismo en los Estados Unidos. Me parece más probable que se ajusten sólo por un tiempo y en pequeña medida. Creo, para ser fiel con la porfiada tendencia humana de proyectar el presente hacia el futuro, que los Estados Unidos seguirá chapoteando, como siempre, en la fuente de la eterna juventud, o mejor dicho, en la de la perpetua adolescencia. El credo nacional de ese país es que no se ha inventado otro mejor y que al final, todo será para bien. En eso han consistido tanto la inédita pujanza como los desbordes colosales de esa nación única; sus reiteradas caídas y su perenne resiliencia; el ímpetu embriagador y creativo de sus libertades que coexiste con la más feroz rapiña que haya prohijado el libertinaje.

2009: EL AÑO DEL DESENGAÑO


Una cosa son los desalientos y otra los desengaños. Los primeros consisten en una falta de perseverancia; los segundos nacen de un exceso de inocencia, que en la infancia se llama candor y en la edad adulta, estupidez.

Sobre la merma de la perseverancia, ya nos prevenía Séneca. En una carta a su discípulo Lucilio le recuerda que “sembramos aun después de una mala cosecha... , luego de un naufragio, volvemos a arriesgarnos en el mar...”. Hoy en día diríamos: “Sí, se puede”. Es el lema de los tenaces, de los que intentan una y otra vez aquello que es posible conseguir siempre que se venza el desaliento. En cambio, los desengañados son quienes terminan por darse cuenta que, ¡ay!, aquello en lo cual creyeron o en lo que, por conveniencia, necesitaron creer, era un espejismo.

En los niños, la inocencia que precede al desengaño se explica porque ellos viven las fantasías como si fuesen realidades. La pérdida de ese candor está jalonada de memorables desencantos. Todavía recuerdo los míos e imagino que mis tempranas experiencias no fueron especialmente originales. Tendría unos siete años de edad cuando, a la salida del cine, después de ver un filme de Superman, corrí por la calle, imitando lo que hacía el Hombre de Acero antes de emprender el vuelo. El tironeo de la fuerza de gravedad me reveló de golpe que nunca podría volar por mis propios medios. Poco después debí contender con otras verdades: que algún día me iba a morir, que el Viejo Pascuero era una invención y que la cigüeña no era responsable de los nacimientos. Todavía era yo lo bastante inocente como para pedirle a mi mamá que me confirmara esta última hipótesis. Por primera vez la vi ruborizarse, confundida.

Ya mayorcito, fui dejando atrás, poco a poco, otras inocentadas: la fascinación por las explicaciones omnímodas que ofrecen los dogmas y las ideologías absolutas, la creencia simplista de que la condición humana puede cambiar en unas pocas generaciones, para correr a la par de nuestros anhelos y, finalmente, las anticipaciones bucólicas que uno abriga sobre la tercera edad. Con todo, todavía creo firmemente en la virtud de la tenacidad... Sin espejismos, claro está. Algo así como esa frase que propugna un “idealismo sin ilusiones”.

Bueno, luego de esta larga introducción, declaro que 2009 ha sido el año del más definitivo de los desengaños. No me refiero al estallido de la enorme burbuja financiera global. Otras han existido antes. Tampoco al hecho que Bernie Madoff haya roto todos los records mundiales de la estafa con sus aires de hombre serio y sus promesas de trato exclusivo. No, el asunto va más allá. Ahora descubrimos finalmente que, según se nos dice, en un mundo complejo no podemos hacer due diligence de todo. Que, por tanto, hay que fiarse en algún grado de las apariencias, aunque sea con las debidas regulaciones y cautelas, y que, más tarde o más temprano, algunos manipularán las apariencias y otros se creerán el cuento. Que si bien un sistema así construido es repulsivo, las alternativas serían más impresentables todavía.

Puede ser cierto. Pero si no van a acabarse ni las inocentadas (que suelen ser más calculadas que ingenuas, que quede en claro) ni los engaños, ojalá que tampoco se agote el tesón por seguir intentando hacer las cosas mejor, aunque ambos se vayan persiguiendo en círculo, mordiéndose recíprocamente la cola, en los años y siglos por venir.