lunes, 12 de septiembre de 2011

EL GOBIERNO DE LAS UNIVERSIDADES ESTATALES


Soy profesor de la Universidad de Chile y el año 2009 apoyé las demandas de los alumnos que se tomaron la Escuela de Derecho. Me pareció entonces que ese movimiento estudiantil anticipaba un malestar que quizás resurgiría más tarde con fuerza. Estoy convencido que la Universidad de Chile y, por extensión, toda universidad estatal, necesita imperiosamente de cambios muy de fondo. También creo que para realizarlos hacen falta decisiones políticas de gran vuelo, las que no se adoptan, por lo general, si en la pantalla de las autoridades no se enciende una luz de emergencia.

El gobierno de las universidades estatales parece, superficialmente, democrático, pero no lo es, porque la soberanía de una institución nacional reside en un grupo corporativo: el de los académicos. Desde luego, no propicio ampliar esta situación expandiendo tal gobierno gremial a estudiantes y funcionarios, aunque ellos pueden participar en otras instancias. Favorezco, en cambio, que las universidades estatales estén regidas por un Consejo integrado por personas de alta calidad personal, representativas y capaces, las que serían nominadas y designadas, eso sí, por procedimientos democráticos; por ejemplo, amplia consulta social para elaborar una lista de postulantes de la que elija el Congreso Nacional. Un Consejo así formado, debería organizar un concurso transparente y amplio para seleccionar un rector. (No tengo aún opinión formada sobre cómo deberían elegirse los decanos y otras autoridades). Además, es preciso introducir muchos otros cambios que doten a las universidades públicas de mayor autonomía y flexibilidad.

En el pasado he escuchado tres objeciones a esta idea, aparte de la noción equívoca de que no sería una fórmula democrática, a lo que ya me he referido. La primera es que este sería un modelo de gobierno propio de universidades de los Estados Unidos. Pienso que da lo mismo si es importado de la luna; lo importante es que funcione. El segundo reparo es que el proceso de selección de un Consejo así, se politizaría. Es posible, pero Chile ha demostrado que sobre temas de trascendencia puede crear instituciones autónomas (comisiones de verdad o contra la corrupción, Alta Dirección Pública, Consejo de Transparencia, Banco Central) de composición “transversal” en las que sus miembros han llegado a decisiones unánimes, anteponiendo el interés general a sus preferencias personales. La tercera objeción apunta a que las mejores universidades de Europa se formaron y prosperaron como comunidades soberanas de académicos. No lo niego, pero los tiempos cambian y Chile tiene sus propias características.

Dada la condición humana, el sistema actual de gobierno universitario estatal tiende a que la mayoría de los académicos siga la ley del mínimo esfuerzo, aunque siempre haya una valiosa minoría que aspira a la excelencia que le impone su moral personal.

Las reformas que requiere la educación chilena abarcan muchos puntos. Si se deja pasar este momento para enfrentar todos ellos, incluido el del gobierno de las universidades estatales, costará mucho que haya otra oportunidad en el futuro previsible.

domingo, 21 de agosto de 2011

COMO PARA LLEGAR Y LLEVAR


“Que el comprador esté vigilante”, dice una antigua máxima de la cultura económica anglosajona. Es decir, no le correspondería al Estado proteger a los consumidores de su propia desidia o necedad pues no habría mejor juez que nosotros mismos sobre lo que más nos conviene.

Por tanto, si alguien quiere donarle sus ahorros a un predicador televisivo que le promete la vida eterna a cambio de su dinero, sería problema suyo. Y si un esforzado trabajador, malo para calcular pero aguijoneado por el impulso a consumir, se fija sólo en la cuota que deberá pagar por un artículo comprado a crédito, aunque al final termine desembolsando el doble o triple de su precio al contado, también sería problema suyo. Por esta vía, por cierto, se da cancha libre a la usura disfrazada de venta a plazo.

Sin embargo, en los países desarrollados, incluso los anglosajones, el lema de la autosuficiencia del comprador se ha ido matizando fuertemente a favor de una significativa protección del consumidor. La experiencia de siglos de capitalismo ha dejado como lección que es preciso hallar un equilibrio entre libertad y regulación. El emprendimiento individual, ya se sabe, tiene una dimensión creativa y un potencial depredador. Por lo mismo, el secreto para que el mercado funcione en beneficio de todos consistiría en crear incentivos que fomenten lo primero y desalienten lo segundo. Esto último significa, entre otras cosas, proteger al más débil y atomizado de los actores económicos: el consumidor, en especial el que accede a servicios financieros.

En cambio, sobre esta materia Chile no ha alcanzado estándares modernos. Si bien en todo tiempo y lugar los sectores económicos involucrados resisten las regulaciones, en nuestro país los bancos y las super-tiendas han sido especialmente exitosos en frenar los controles más efectivos. Esta oposición se ha hecho en nombre de la libre empresa y el progreso, valiéndose a menudo de un lenguaje eufemístico.

El reciente escándalo de La Polar es un buen ejemplo de todo lo anterior. Orientada hacia el comprador popular, esta super-tienda descansaba más que ninguna otra en las utilidades de sus servicios financieros (léase la usura encubierta de las ventas a plazo). El abuso que supone recalcular las deudas de miles de clientes se disfrazaba con la expresión oblicua de repactación unilateral (todo pacto supone necesariamente una concurrencia de voluntades y por definición no puede ser “unilateral”). Además, los mismos ejecutivos de la empresa al parecer actuaron bajo el impulso de incentivos perversos.

En el sistema de economía abierta y en particular en el sector financiero, la regulación va siempre un paso atrás del ingenio de los aprovechadores, incluso en los países avanzados. En el nuestro, que tiene la aspiración de llegar a serlo, el retraso es mayor. Hace falta un servicio de defensa del consumidor con más poderes y, si se llega a aprobar un SERNAC financiero, sería preciso dotarlo de la posibilidad de actuar con energía y de propia iniciativa. La naturaleza humana no ha cambiado mucho pero los incentivos pueden y deben cambiar. Si el abuso cuesta caro, ocurrirá con menos frecuencia.

jueves, 16 de junio de 2011

LA RESPONSABILIDAD DE ESCOGER



MARIO Vargas Llosa entendió bien el viejo dilema de tener que optar no entre lo malo y lo bueno, sino por el menor de dos males, cuando expresó que el balotaje presidencial entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala es como elegir entre el cáncer y el sida. El decidió -tapándose la nariz y con un suspiro de resignación- votar por Humala. Otros han optado por Keiko. Unos terceros votarán en blanco o nulo. Todas son alternativas realistas. Lo que constituiría un inaceptable signo de inmadurez sería que un ciudadano peruano negara el conflicto y dijera que prefiere votar por un candidato ideal que sucede que no estará en la papeleta.

Esa es la broma de Woody Allen cuando declaró que quería ser inmortal no por sus obras, sino por no morirse, una opción que obviamente no figura en el menú, por lo menos en el futuro previsible. Más aterrizado es el anciano del cuento que a la pregunta de si es muy malo ser tan viejo contesta: "No tanto, si se considera la alternativa", la cual, por supuesto, no es volver a ser joven, sino estar muerto.

Sólo los niños pueden permitirse pensar en el qué y no en el cómo, a la manera del chiste de Woody Allen. Si un pergenio pide un poni para su cumpleaños, toca a los papás evaluar la idea tomando en cuenta el precio, los riesgos, dónde guardarlo y cómo mantenerlo. Por ello me sorprendió mucho cuando a comienzos de los años 90 leí una entrevista al ya fallecido Pedro Vuskovic, quien fuera ministro de Economía del gobierno de Allende. El entrevistado describía la situación económica del país a la que él aspiraba, y cuando el periodista le preguntó por qué posibles caminos se podía llegar a esa meta, dio una respuesta sorprendentemente pueril: "Yo no entro al cómo".

La gente de a pie, que hoy en día puede movilizarse por decenas de miles en respuesta a los llamados de las redes sociales, necesita entrar al "cómo" por un imperativo de credibilidad; no en lo inmediato, cuando aún están asombrados por su propia capacidad de protestar masivamente, pero sí pronto.

Ese es el desafío que plantea el proyecto HidroAysén contra el que protestaron decenas de miles de santiaguinos la semana pasada. En este caso la elección es claramente sobre el mal menor. Uno puede sostener que en 10 años más el país no necesitará tanta energía como se vaticina, pero debe dar argumentos convincentes. También se puede declarar que sin importar cuánta energía se requiera, hay que proteger la Patagonia y que uno está dispuesto a vivir en una situación de escasez energética. Por último, se pueden sugerir, fundadamente, modificaciones sustanciales al proyecto. Si, en cambio, uno propicia que se empleen medios alternativos de generar energía, es necesario demostrar que ese candidato ideal puede estar "en la papeleta". Lo que no es una actitud madura es declarar "no sé cómo se puede hacer, pero debiera ser posible".

El problema de fondo es que, por definición, el mundo político toma muy en cuenta a quienes no se detienen a pensar en el "cómo", si resulta que son muchos. Después de todo, el cómo llegar a ser elegido o reelegido es una cuestión crucial.

jueves, 19 de mayo de 2011

ABUSOS BANCARIOS


Quizás Ud. tenga su anécdota preferida sobre abusos sufridos como cliente de Banco. La mía es la siguiente: Por ciertos consumos de los turistas en Uruguay, ese país devuelve un porcentaje del IVA, suma que se acredita en la misma cuenta de la tarjeta. Revisando mis cuentas en Santiago, de vuelta de vacaciones, encontré todas las devoluciones acreditadas en la cartola mensual de mi tarjeta de crédito con un signo menos colocado antes de la cifra respectiva. Todas, salvo una, que por un obvio error de digitación se acreditó con signo más. El perjuicio no alcanzaba a los diez mil pesos.

Reclamé ante mi ejecutiva. Días después recibí un mail de una oficina del banco pidiéndome hasta las fotocopias de las páginas de mi pasaporte para procesar el reclamo, el cual caducaba fatalmente en cinco días. Obviamente no tenía el tiempo ni las ganas de pelear los $ 10.000 como si fuera un trámite para obtener una hipoteca, de modo que el Banco se anotó un pequeño poroto.

Multipliquemos estos porotitos que los bancos se anotan por decenas de miles y tendremos interesantes ganancias. Agréguese a ello los intereses usurarios que cobran las tarjetas de crédito, las pequeñas comisiones que carga el Banco por recibirle el dinero a uno, por guardárselo, por ver si sigue ahí, por transferirlo, etc. y las ganancias se multiplican sin límite. De hecho, los bancos chilenos se hallan entre los que tienen una más alta rentabilidad del capital en el mundo.

El origen de esta situación, además de la natural codicia humana, incentivada más todavía cuando no hay buenas regulaciones, es, a mi juicio, éste: entre las modernas técnicas de gestión se encuentra la de fijar metas a los ejecutivos. Para cumplirlas, un camino expedito es el de la explotación hormiga: pequeños cargos y cobros a innumerables personas que no van a hacer los interminables trámites que se exigen para recuperar montos tan pequeños.

Los funcionarios de los bancos que están en contacto diario con la gente están amarrados de pies y manos. Sólo sirven de buzón de reclamos y pedidos para que después una oficina anónima del banco se encargue de desalentar al cliente de proseguir sus reclamos.

¿Que los bancos y la intermediación financiera en general son esenciales para la marcha de la economía? Claro que sí. ¿Que no se trata de ahogarlos en regulaciones? Por supuesto que no. Pero la rienda suelta que campea en nuestro mercado deja en la indefensión a los consumidores.

¿Un SERNAC financiero? Haría harta falta, pero uno con herramientas eficaces y no puramente cosméticas. Y entre las herramientas más eficaces se cuentan éstas: que se puedan presentar reclamos por e-mail, con mínimos requisitos; que haya un plazo breve para resolverlos; y que con un número determinado de reclamos del mismo tipo, debidamente comprobados, se ajusten las reglas para prevenir que no sigan ocurriendo los abusos.

jueves, 21 de abril de 2011

LOS ABUSOS SEXUALES Y EL CELIBATO


Regreso al tema de los abusos sexuales del clero, un año después de mi último blog sobre este problema, porque han pasado muchas cosas desde entonces: nuevas relevaciones, insostenibles actitudes de negación por parte de líderes religiosos y una significativa evolución de la opinión pública. Trataré de razonar a partir del sentido común, el cual no siempre es una guía certera pero al menos nos ayuda a plantearnos preguntas relevantes.

Para empezar digamos que el peligro de enfrentar ciertas verdades no reside en reconocer los hechos mismos sino en lo que decidimos como sociedad sobre la base de tales hechos. Por ejemplo, sabemos que los varones no pueden parir ni amamantar y que las mujeres tienen, en promedio, un rendimiento atlético algo menor que los hombres. Negar esas y otras diferencias es absurdo. El punto es qué hacemos a partir de tales comprobaciones. Valerse de ellas para discriminar arbitrariamente no sólo no tiene sentido lógico sino que es moralmente condenable. De modo parecido examinar qué pueda tener que ver el celibato o la homosexualidad con los abusos sexuales que se han hecho públicos, no significa que se propicie una actitud de prejuicio en contra de éste o aquélla.

Es una realidad que en tiempos recientes la sociedad ha evolucionado hacia una mayor aceptación de la diversidad sexual. Sin embargo, quizás por un comprensible temor de que pudiera haber un retroceso en esta materia, a veces se afirman conclusiones no comprobadas. Por ejemplo, se dice que no hay relación alguna entre la pederastia y la homosexualidad. Bien puede ser así, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí creo, como una hipótesis tentativa que podría ser refutada, es que el impulso pederasta es más frecuente entre los varones que entre las mujeres porque, en general, los hombres, sean heterosexuales u homosexuales, se sienten atraídos con más fuerza hacia potenciales parejas jóvenes.

Vamos, entonces, al grano. Estos son algunos puntos sobre celibato sacerdotal y abusos sexuales contra menores que merecen mayor investigación pero respecto de los cuales el sentido común nos entrega indicios preliminares:

1. Probablemente el impulso sexual puede ser contenido o "sublimado" por muchas personas, pero lo común es que ello no se pueda lograr, o bien que se consiga a costa de serias consecuencias psicológicas o de otro tipo.

2. Tradicionalmente, la Iglesia Católica y la sociedad han escogido ignorar que en todo tiempo y lugar existe un porcentaje de la población de orientación homosexual. Este tabú homofóbico ha estimulado a muchas personas homosexuales a ingresar al sacerdocio, sea con el afán de evitar una hostilidad social o bien como un intento de vivir una vida de castidad. En los hechos, por tanto, ha habido un porcentaje mayor de personas de orientación homosexual en la iglesia que en la población en general (algo parecido ha sucedido en ciertas ocupaciones que dan la posibilidad de vivir una vida protegida del escrutinio social del propio país o ciudad).

3. En las reglas de la Iglesia, la educación y atención espiritual de los niños está a cargo, principalmente, de religiosos; y de la de las niñas, en manos de religiosas.

4. Todos los hechos anteriores, que incluso reconoce, en una reciente entrevista, un senador de la Alianza, generan una seria situación sistémica, no sólo individual, porque se coloca a un porcentaje de personas de vida religiosa y orientación homosexual en constante contacto con gente joven del sexo que les resulta atractivo. Por supuesto, también se dan abusos de parte de sacerdotes heterosexuales hacia muchachas que ellos guían espiritualmente, pero las ocasiones de riesgo son objetivamente menos frecuentes.

5. En otras palabras, hay algo en el sistema mismo de celibato que favorece estos problemas que hoy enfrenta la Iglesia. Cuando se informa que sólo en una diócesis (Boston) ha habido 117 sacerdotes implicados en conductas de abuso sexual y se considera que el problema ha salido a luz en innumerables países, involucrando a muchos otros centenares de clérigos, intentar reducirlo a una cuestión de culpas individuales es tratar parar una ola con la mano.

6. Por tanto, la Iglesia debe enfrentar la cuestión del celibato (podía pasar a ser optativo). También debe abrirse realistamente a la posibilidad de tener religiosos o religiosas de una identidad u orientación sexual minoritaria, célibes o no. Si no lo hace pronto (y no se ve probable que lo haga) lo deberá hacer más tarde o más temprano a un costo mayor.

MECHONEOS, CAPOTERAS, PELADILLAS Y MANTEOS


Atravieso el patio de la Escuela de Derecho y lo encuentro poblado de estudiantes entregados a la costumbre anual del mechoneo. En sus modalidades más leves, los nuevos alumnos(as) son parcialmente desvestidos, enharinados, embarrados y mojados por sus condiscípulos(as) más veteranos, o bien sometidos a beber alcohol o ingerir porquerías. Las versiones más rudas llegan a ser ataques francamente delictuales.

¿Cuándo comenzó esta práctica en las universidades? Recuerdo que en mi época de estudiante de derecho, los que ingresábamos a la Escuela nos enfrentábamos en la primera clase con un joven parado frente al pizarrón quien posaba de ayudante del maestro. Este "académico" salía corriendo cuando se aproximaba el verdadero profesor. Al año siguiente, nosotros, ya en segundo año, repetíamos la broma con los novatos. No sé si fuera muy ingenioso pero al menos no era cruel ni denigrante.

Estas "gracias" empezaban ya en el colegio. Por esa época todavía subsistía, aunque en fase de extinción, el manteo, que consiste en elevar a alguien repetidamente por los aires con la ayuda de una manta sujeta por las esquinas. Es una travesura de no muchas consecuencias que tiene siglos de antigüedad (de hecho, en "Don Quijote" se incluye un episodio de manteo de Sancho Panza). Claro que era también una forma de lo que hoy se conoce como bullying, pues se escogía como víctimas a los más vulnerables. Por lo demás, las modalidades más rutinarias del acoso escolar (golpes, burlas, insultos, aislamiento) existían antes como hoy. Puede ser que actualmente sean más frecuentes y graves o quizás en parte esa impresión se explica por una mayor conciencia y preocupación sobre la realidad y efectos del bullying.

Sin embargo, ya entonces eran comunes dos "ritos" escolares violentos. Uno era la capotera: un muchacho doblado en dos recibía repetidas palmadas en la cabeza de parte de un grupo de compañeros que lo rodeaban. En su versión más agresiva, la capotera podía dejar a la víctima semi-inconsciente. El otro era la llamada peladilla, palabra que para la Real Academia de la Lengua denota una especie de almendra confitada, pero que en el ambiente escolar de entonces consistía en un verdadero vejamen sexual, cuyo más característico componente era verter tinta sobre los genitales del afectado.

Por ahí he leído que los estudiantes universitarios del medioevo solían "iniciarse" mediante riñas con armas blancas y que ostentar cicatrices era un signo de veteranía y distinción. Por otra parte, los antropólogos analizan los llamados ritos de iniciación. Algunos se apresuran a darle tal calificativo al mechoneo universitario. Conocidos son también los abusos de los cadetes mayores contra los recién ingresados en las escuelas militares, algo vívidamente narrado en "La Ciudad y los Perros", la primera gran novela de Mario Vargas Llosa.

Así podrá ser o haber sido. Sin embargo, si medimos el progreso de la decencia humana por una paulatina mayor consideración hacia los demás y entendemos lo divertido como una broma que sorprende, entretiene y causa hilaridad, el mechoneo de hoy no califica ni como humanamente decente ni como gracioso.

No es necesario abundar sobre las transgresiones a la mínima decencia que implican estos ritos forzados de sometimiento y humillación. En cuanto al humor, bastaba hoy ver el rostro de los participantes en el patio de la Escuela de Derecho, mecánicamente efectuando las rutinas del mechoneo, como quien hace cola para un trámite burocrático, para convencerse que las víctimas propicias no son solamente los universitarios novatos, sino también el mismo ingenio.

lunes, 7 de febrero de 2011

CRISIS ANUNCIADAS


Hoy no vivimos un tiempo de grandes crisis como nación. Debiera, por ello, ser un momento más propicio para considerar nuestro futuro. Con ese fin, es conveniente comenzar por recordar algunas enseñanzas que la historia nos ha (o debiera haber) inculcado:

No todo cambio significa progreso, pero todo verdadero progreso ha tenido su origen en algún giro radicalmente novedoso y sorpresivo, el cual ha sido, en un comienzo, fuertemente resistido.

Abrazar irreflexivamente todo cambio de fondo supone, la mayoría de las veces, saltar al vacío y arriesgar grandes pérdidas. Rechazarlos instintivamente implica cerrarse a la posibilidad de progreso. He ahí el meollo de los principales conflictos ideológicos y generacionales de todos los tiempos.

La actitud de apertura crítica hacia los cambios, sin rechazarlos de partida ni tampoco correr a aceptarlos, es indispensable y, a la vez, muy infrecuente. El temor a los cambios deriva del más poderoso de los impulsos inscrito en los genes de los seres vivos: el de conservación. Cuando se ha alcanzado un cierto equilibrio en las condiciones personales y grupales de seguridad y supervivencia, toda alteración mayor conlleva incertidumbre o la perspectiva de pagar un alto costo. Por tanto, suele ser instintivamente resistida.

Entonces, por definición, quienes proponen o impulsan grandes cambios son quienes buscan construir su propio nicho de identidad, realización y seguridad, en oposición a lo ya consagrado, que no les deja espacio. Se trata de jóvenes, de edad o de espíritu. Lo más frecuente, también, es que una vez que han alcanzado el éxito (si lo logran) se vuelvan renuentes a aceptar otras innovaciones.

El ejemplo más clásico de oposición al cambio inevitable es el movimiento llamado Ludita, que surgió en Inglaterra con el desarrollo de la producción industrial. Se fundaba en una oposición violenta a las máquinas y una nostalgia por la época de producción artesanal. Como un eco distante de aquello, en las últimas décadas ha habido incontables personas y empresas que rehusaron adaptarse a la revolución tecnológica binaria hasta que fue demasiado tarde.

Otra faceta de la resistencia a tomar decisiones que suponen grandes cambios o enfrentar muy elevados costos es la tendencia a postergar lo inevitable hasta que una trágica crisis toma la decisión en vez de nosotros. Dos ejemplos, uno tomado de la historia mundial contemporánea y otro de nuestro pasado reciente, ilustran este punto:

La renuencia de los poderes occidentales a detener a Hitler, cuando aún se estaba a tiempo, tenía su raíz en el temor al enorme costo que suponía entrar nuevamente a un conflicto bélico; en los hechos, la Segunda Guerra Mundial se desató de todos modos, dejando un saldo de destrucción y sangre cien veces peor que el más terrible de los escenarios que se buscaba, en vano, evitar.

Una parálisis política muy distinta, pero fundada en parecida imposibilidad de tomar decisiones difíciles, inmovilizó al Gobierno de Allende, de cara a un drama de final anunciado.

Hoy en nuestro país no se divisan, en el horizonte próximo, nubes agoreras de un inminente desastre. Sin embargo, no es demasiado temprano para anticipar que la desigualdad de oportunidades y la exclusión social que ésta genera, irán resquebrajando cada vez más nuestra convivencia.

Todo el mundo concuerda que una de las principales herramientas para enfrentar tal exclusión social es una educación de calidad para todos (esto vale también para la necesaria reforma del sistema universitario público y privado). El obstáculo es que alcanzar esa meta supone elevadísimos costos, decisiones muy de fondo y una voluntad nacional y política de mantener el curso de acción por un período de tiempo mucho más extenso que los plazos del calendario electoral. Por tanto, la tendencia es a dejarnos estar hasta que los hechos nos sacudan de arriba abajo.

Una conducción política superior podría, quizás, movilizar la voluntad nacional. La historia, lamentablemente, nos muestra que los pocos liderazgos que han logrado galvanizar la voluntad de toda una nación, se produjeron cuando ya había una crisis desatada y era preciso prometer al pueblo no miel y hojuelas, sino sangre, sudor y lágrimas. En tiempos más “normales”, convencer a la gente de hacer grandes esfuerzos y sacrificios para alcanzar un objetivo o para evitar desastres que no se dibujan claramente en el escenario futuro es tarea sobrehumana. Pero no por ello menos necesaria.

LA MARCA "CHILE"


La política exterior de Chile ha sido cautelosa; muy cautelosa. Ello tiene que ver con la auto-percepción de nuestra imagen como país. Por ejemplo, sentimos que nuestros vecinos de América latina nos ven como al mateo del curso: nos reconocen méritos pero no les caemos muy bien. Por tanto, es mejor pasar desapercibidos (o más bien hacernos notar como recatados), manteniendo el apego a la legalidad internacional, participando en todas las iniciativas regionales, dialogando y cuidándonos de no pisar callos.

Esta actitud, correcta o no, subestima nuestro capital simbólico que es desproporcionadamente alto si se considera nuestro modesto peso geopolítico. Por muchas décadas, Chile ha sido uno de los países favoritos de economistas y cientistas sociales del mundo, debido a los innovadores (y a veces trágicos) experimentos políticos y económicos que hemos ensayado.

Años atrás apareció en Estados Unidos un artículo sobre “Los Estados-marca”, que destacaba la importancia que tenía para los países el que fueran identificados internacionalmente por ciertos rasgos simbólicos. Por ejemplo, Finlandia se percibe como una nación pequeña de excelente educación pública, alta tecnología y nula corrupción. Noruega, como un país rico en recursos, prudente en su política fiscal y promotor de la paz en el mundo. Costa Rica, como una sede jurídica para las Américas, preocupada, además, del medio ambiente.

¿Y la imagen de Chile? Recuerdo tres ejemplos de intentos publicitarios que trataron de reflejarla: el témpano de hielo que exhibimos en la Exposición Internacional de Sevilla, en 1992; el fallido slogan “All ways surprising” que intentaba promocionar a nuestro país mediante un juego de palabras entre “siempre sorprendente” y “sorprendente de muchas maneras”, que no funciona bien en inglés; y la idea que circuló por un tiempo el año 2010 de “do it the Chilean way”, tratando de aprovechar nuestra súbita notoriedad mundial por el exitoso rescate de los 33 mineros.

El primero de esos ejemplos enfatizaba tanto las bellezas naturales del extremo sur del país, como el carácter “no-tropical” del hielo y la proeza técnica de remolcar un témpano a través de los mares. Se supone que el segundo quería destacar el carácter único de la naturaleza y la gente de Chile, en sus distintas facetas. El tercero apuntaba a nuestra condición de súper maestro chasquilla, capaz de hallar soluciones que avergonzarían al más ducho de los técnicos. Este último lema era un tanto arrogante y quizás por eso se desechó. Se supone que la jactancia no es un Chilean way, aunque sea difícil mantener esa suposición de cara al desplante de nuestros nuevos empresarios.

Creo que la marca Chile se reconoce en el exterior (por parte de quienes nos ubican en el mapa). Las ideas matrices serían: variada naturaleza; legalidad; un país “serio” institucional y financieramente, lo que nos distingue en nuestra región; rico patrimonio literario; gente circunspecta (algunos dirían un tanto hipócrita) pero, en definitiva, acogedora… Los más informados conocerán también algunas de nuestras muchas falencias.

Lo más que podemos hacer es eventualmente trabajar bien la imagen que ya existe y que no anda muy descaminada. A veces nos sorprenden desde el extranjero con características inesperadas, como la reciente recomendación del New York Times que propone a Santiago como destino turístico top del 2011. Los santiaguinos reaccionamos con incredulidad.

El secreto de cultivar una marca reside en recordar que la humildad es andar en verdad: ni pecar de vanidoso, ni caer en la falsa modestia. Y tener claro también que una “marca-país” no se agota en el truco publicitario o en el slogan, sino que es un método para reconocer dónde tenemos puesta la vara y para elevarla aún más.

¿OTRAS ESPECIES HUMANAS?


En enero del año 2000 tuve el privilegio de conversar con el Dr. Meselson, un renombrado biólogo de la Universidad de Harvard.. En ese encuentro me dijo que había tres principios ineluctables sobre nuevos inventos o descubrimientos, sean estos referidos al poderío nuclear, la genética u otro campo: (i) una vez inventados ya no se pueden desinventar; (ii) si una persona, grupo o entidad se interesa por emplearlos, más tarde o más temprano se usarán; (iii) cada vez se volverán más baratos y accesibles.

Todo esto lo dijo a propósito de la posibilidad de que, mediante ingeniería genética, en el curso de medio siglo o incluso menos, un determinado grupo racial, social o de otro tipo, llegara a obtener que los individuos de ese grupo solamente pudieran cruzarse entre ellos, de modo que terminarían por formar algo así como una sub-especie aparte.

¿Ciencia ficción? Tiempo atrás se podría haber considerado una mera fantasía. Sin embargo, con el avance vertiginoso de la tecnología, las nuevas generaciones (y las no tan nuevas) perciben que todo es posible y en un futuro no demasiado distante. Aún recuerdo que en los años setenta yo acostumbraba a decir algo que ya se veía como inminente y no era nada difícil de vislumbrar: que en pocos años más habría un computador en cada casa. Muchos amigos que consideraban esa posibilidad como inhumana hoy no se desprenden ni por un segundo de su blackberry o su i-pad. En otro plano, hoy en día, cuando el fin del predominio de los libros y otros textos impresos en ámbito de la palabra escrita es inminente, hay muchos que se aferran al formato, textura e incluso el olor del papel. No sé si el cambio del pergamino al libro produjo en su momento una zozobra equivalente, pero lo creo probable.

Regresando a los temores del Dr. Meselson, hay que decir que ya muchos otros científicos venían considerando que los cambios tecnológicos podían llegar a generar una especie humana tan distinta a la que conocemos desde la invención de la escritura, que no sabríamos reconocer esa humanidad que estará formada por los nietos de nuestros nietos y ellos no podrían identificarse el pasado que para entonces nosotros seremos. ¿Qué cambios tecnológicos? Aquellos que pueden incidir en lo que, hasta donde sabemos, define nuestra condición humana: la extrema longevidad o cuasi-inmortalidad que sustituiría a nuestra conciencia actual de mortalidad; la expansión ilimitada de nuestro potencial mental mediante una simbiosis entre sistema nervioso y computación y un cambio fundamental en las grandes coordenadas del placer y el dolor.

Lo que Meselson agregó a esa intuición sobre probables cambios fundamentales en la condición humana, es la posibilidad de que ello ocurra segmentadamente, para ciertos grupos humanos, los cuales cerrarían la puerta tras de sí, luego de haberse trasladado a otro plano de humanidad.

¿Qué hoy parece demasiado tenebroso como para pensar en ello? Sí; pero consideremos que si se hubiera hablado, a comienzos del siglo pasado, del control de la natalidad, la fertilización in vitro o la clonación (sin mencionar las armas nucleares) todos hubieran dicho que era tan inconcebible e inhumano que no cabía ni siquiera imaginárselo.

Y ante esta perspectiva, ¿hay algo que se pueda hacer? No mucho. Uno podría plantear la vigencia de ciertos principios éticos, en cualquier circunstancia, pero estas normas serían extremadamente generales: consideración y respeto por todo ser viviente y poco más. Y en todo caso ello estaría sujeto a la determinación de quienes tomarían el control.

¿Pesimista? Quizás, aunque siempre me consideré más bien optimista. No será el fin de la historia, pero sí de un muy magno capítulo. ¿Buscar refugio en la religión? Un columnista chileno escribió una vez algo que parece arrogante, pero no lo estimo así: ese tipo de consuelo se paga a un precio muy alto; el de la lucidez.