
Atravieso el patio de la Escuela de Derecho y lo encuentro poblado de estudiantes entregados a la costumbre anual del mechoneo. En sus modalidades más leves, los nuevos alumnos(as) son parcialmente desvestidos, enharinados, embarrados y mojados por sus condiscípulos(as) más veteranos, o bien sometidos a beber alcohol o ingerir porquerías. Las versiones más rudas llegan a ser ataques francamente delictuales.
¿Cuándo comenzó esta práctica en las universidades? Recuerdo que en mi época de estudiante de derecho, los que ingresábamos a la Escuela nos enfrentábamos en la primera clase con un joven parado frente al pizarrón quien posaba de ayudante del maestro. Este "académico" salía corriendo cuando se aproximaba el verdadero profesor. Al año siguiente, nosotros, ya en segundo año, repetíamos la broma con los novatos. No sé si fuera muy ingenioso pero al menos no era cruel ni denigrante.
Estas "gracias" empezaban ya en el colegio. Por esa época todavía subsistía, aunque en fase de extinción, el manteo, que consiste en elevar a alguien repetidamente por los aires con la ayuda de una manta sujeta por las esquinas. Es una travesura de no muchas consecuencias que tiene siglos de antigüedad (de hecho, en "Don Quijote" se incluye un episodio de manteo de Sancho Panza). Claro que era también una forma de lo que hoy se conoce como bullying, pues se escogía como víctimas a los más vulnerables. Por lo demás, las modalidades más rutinarias del acoso escolar (golpes, burlas, insultos, aislamiento) existían antes como hoy. Puede ser que actualmente sean más frecuentes y graves o quizás en parte esa impresión se explica por una mayor conciencia y preocupación sobre la realidad y efectos del bullying.
Sin embargo, ya entonces eran comunes dos "ritos" escolares violentos. Uno era la capotera: un muchacho doblado en dos recibía repetidas palmadas en la cabeza de parte de un grupo de compañeros que lo rodeaban. En su versión más agresiva, la capotera podía dejar a la víctima semi-inconsciente. El otro era la llamada peladilla, palabra que para la Real Academia de la Lengua denota una especie de almendra confitada, pero que en el ambiente escolar de entonces consistía en un verdadero vejamen sexual, cuyo más característico componente era verter tinta sobre los genitales del afectado.
Por ahí he leído que los estudiantes universitarios del medioevo solían "iniciarse" mediante riñas con armas blancas y que ostentar cicatrices era un signo de veteranía y distinción. Por otra parte, los antropólogos analizan los llamados ritos de iniciación. Algunos se apresuran a darle tal calificativo al mechoneo universitario. Conocidos son también los abusos de los cadetes mayores contra los recién ingresados en las escuelas militares, algo vívidamente narrado en "La Ciudad y los Perros", la primera gran novela de Mario Vargas Llosa.
Así podrá ser o haber sido. Sin embargo, si medimos el progreso de la decencia humana por una paulatina mayor consideración hacia los demás y entendemos lo divertido como una broma que sorprende, entretiene y causa hilaridad, el mechoneo de hoy no califica ni como humanamente decente ni como gracioso.
No es necesario abundar sobre las transgresiones a la mínima decencia que implican estos ritos forzados de sometimiento y humillación. En cuanto al humor, bastaba hoy ver el rostro de los participantes en el patio de la Escuela de Derecho, mecánicamente efectuando las rutinas del mechoneo, como quien hace cola para un trámite burocrático, para convencerse que las víctimas propicias no son solamente los universitarios novatos, sino también el mismo ingenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario