
Tesis 1: En los Estados Unidos subsisten prejuicios raciales que pesan, consciente o inconscientemente, en el ánimo de muchos policías y miembros de jurados. Ello, sumado a que los testigos presenciales son notoriamente poco confiables, ha producido la condena de muchísimos varones negros por delitos que no han cometido.
Difícil de probar de modo concluyente, ¿no es cierto? Bueno, las técnicas de avanzada se han encargado de ello. Esta semana salió en libertad Raymond Tower, un músico negro de 52 años de edad, luego de pasar 28 años en prisión. Un examen de ADN demostró que él no pudo haber cometido la violación por la que se lo condenó. En las últimas dos décadas ya suman más de 250 los casos de personas sentenciadas a largas penas de presidio en los Estados Unidos que han logrado probar su inocencia gracias a tests de ADN y a la acción decidida de una organización de abogados defensores.
Tesis 2: Hay un número no menor de personas altamente inteligentes, que han tenido una educación de calidad, que no vacilarían en causar grandes males si pudieran hacerlo con una razonable probabilidad de anonimato e impunidad.
¿Igualmente difícil de probar? Bueno, aparte de algunos estudios pioneros cuyos resultados son controvertibles, el avance de la computación y el Internet han aportado indicios tremendamente decidores: basta pensar en los miles de hackers, que continuamente lanzan al cyberespacio todo tipo de virus y otros destructivos engendros digitales.
Tesis 3: Las prácticas que implican un riesgo de transmisión de enfermedades sexuales son mucho más generalizadas de lo que comúnmente se piensa.
¿Cómo realizar estudios confiables sobre una conducta que, por lo común, es privada y reservada? Esta vez la biología la epidemiología se alían para entregar, si no una cuantificación científicamente precisa, al menos una aproximación a la magnitud de dicho fenómeno. En efecto, la ciencia nos dice que la probabilidad de contraer SIDA en un solo acto sexual es bastante baja (generalmente no se divulga este hecho para que las personas – sobre todo las de grupos de riesgo – no se confíen). Por otra parte, las estadísticas revelan que el contagio de VIH está muy difundido, alcanzando en algunos países africanos a un significativo porcentaje de la población. Se puede concluir, lógicamente, que la “tasa de promiscuidad” es muy elevada.
Tiempo atrás, quienquiera que hubiese intentado probar tesis como las mencionadas o siquiera avanzar en su estudio, habría encontrado insalvables barreras metodológicas y éticas. El hecho es que los progresos tecnológicos, la asombrosa disponibilidad de datos que éstos permiten, más algunos fenómenos naturales, así como nuevas tendencias sociales han ofrecido ciertas respuestas o, al menos, algunas pistas significativas, que hace no tanto tiempo hubieran parecido inaccesibles.
En la mayoría de los casos, las conjeturas que de este modo se prueban o refuerzan apuntan a zonas bastante sombrías de nuestra común condición humana.
No cabe esperar que la tecnología arroje una luz definitiva sobre la extensión de todas nuestras miserias. Ni tampoco que nos ayude a superar nuestras más penosas impotencias (aunque es probable que sí termine por salvarnos de nuestra probada incapacidad de conciliar debidamente la libertad de expresión y una genuina pluralidad de medios de comunicación masiva).
Lo que estos involuntarios experimentos sociales tienden a confirmar es la intuición de que todo progreso ético consiste en erigir defensas (institucionales, éticas, educacionales…) en contra de nuestras más infortunadas tendencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario