
Comienzo, en aras de la transparencia, con dos declaraciones: Soy profesor de la Universidad de Chile, en la cual me formé como abogado. Apoyé la re-elección del Rector Víctor Pérez.
Dicho esto, entro en materia:
La Universidad de Chile tiene un largo historial de excelencia y de servicio público desde su fundación, en 1842. Todavía es considerada en los rankings internacionales como la primera universidad del país y una de las mejores de América latina. Cierto, la Universidad Católica atrae más alumnos de elevados puntajes a la mayoría de las carreras tradicionales que ofrece (exceptuada, entre otras, Derecho); no obstante, en cuanto a diversidad de su alumnado, apertura crítica e investigación académica, la U. de Chile aún es líder.
Sin embargo, los tiempos cambian velozmente y la respuesta de la Universidad de Chile a nuevos y grandes desafíos ha sido tardía y patentemente insuficiente. En mi opinión (de la cual discrepan muchos de mis colegas profesores) los problemas cruciales son dos. El primero tiene que ver con la forma de gobierno de nuestra principal casa de estudios. En efecto, los profesores eligen a las autoridades universitarias. Es claro que muchos académicos trabajan denodadamente y con creatividad, exigidos por su propia pasión hacia el saber y el educar. Pero, siendo la condición humana lo que es, la mayoría tiende a preservar el statu quo, lo que significa rendimientos bajos, evaluaciones inoperantes e inamovilidad. El segundo problema grave, relacionado con el anterior, es la rigidez de las normas y prácticas universitarias, las cuales restringen severamente la posibilidad de crear incentivos para el buen desempeño.
¿Suena familiar? De modo muchísimo más grave, pero respondiendo a parecidos mecanismos de estancamiento, es lo que sucede en la educación escolar pública.
Dada esta situación, creo que la U. de Chile aún se sitúa por encima de las demás universidades del país, pero la nariz del avión, por decirlo así, apunta hacia abajo, a diferencia de algunas de las otras, que van ascendiendo, poco a poco.
Pienso (aunque, desde luego, no hablo por él) que el Rector Pérez entiende bien esta situación. Cuando fue elegido por primera vez, en 2006, venía precedido de su reputación como el gestor de notables innovaciones en el Departamento de Ingeniería Industrial. En la Rectoría, sin embargo, se vio entrampado por todo el ramaje de normas y procedimientos obsoletos de la Universidad y por una compleja estructura de Facultades muy difícil de coordinar. Más encima, para el mundo político la Universidad de Chile no entra en la agenda de prioridades, a menos que haya alguna emergencia mayor.
¿Qué Víctor Pérez pudo haber quebrado más lanzas? Quizás. ¿Qué trató de evitar conflictos que en definitiva eran inevitables? Puede ser. En todo caso, me parece que él tiene una visión clara sobre la Universidad y podría, en un segundo período y con menos restricciones, jugarse por reformas de fondo.
Dicha iniciativa debe partir por lo primero: crear suficiente conciencia en la opinión pública y el mundo político, de la necesidad de una re-estructuración mayor de la Universidad de Chile. El gobierno universitario debiera descansar en un órgano autónomo de excelencia, ampliamente representativo de las corrientes sociales, académicas y morales del país, y elegido por procedimientos públicos intachables. Este órgano debiera designar al Rector, luego de un proceso de búsqueda riguroso y transparente. Ello es posible; en los últimos veinte años, Chile ha dado repetidas muestras que para “temas de país” se pueden formar grupos y comisiones transversales que abordan su misión de modo elevado y consiguen llegar a acuerdos. Además, otras estructuras y normas anticuadas de la universidad debieran modernizarse.
Colocar la necesidad de una reforma mayor de la Universidad de Chile en la pantalla de prioridades públicas es arduo. La tan requerida renovación no llegará por
amable condescendencia de quienes (de buena fe, probablemente, porque no advierten los signos de los tiempos), tienen taponada toda posibilidad de cambio mayor. Quizás será necesaria una movilización estudiantil para respaldar transformaciones de fondo en la universidad. Contrariamente a los temores que suscita la expresión “movilización estudiantil”, algunas de las que ha habido en nuestra historia han sido firmes pero responsables. A veces no queda otra alternativa.
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